Asakhira
Explorando territorios Patricia @révalo
Vamos siendo nuestra propia isla,
arriesgando leyendas
sobre los límites del mundo ...
                           Teresa Melo, Cuba


31.12.03  :: 18:38

Cuando regresé hallé al frío aullando en casa, marchitando mis plantas y aturdiendo a mi pájaro. He debido ponerlo a raya con olor a café recién hecho y a humo de tabaco. Para poder dormir, debí empezar a desbalagar mi equipaje, labor que aún no acabo. Hallé el refrigerador vacío, en la contestadora una treintena de mensajes, un par de plantas nuevas y un arbolito de navidad enano, obsequios estos dos últimos de mi madre que siempre me extraña y que no deja huérfano lo mío. También me encontré hospitalizado a mi amigo Pedro y a los teléfonos y a mi minicomponente, fallecidos: mi número, muerto; el celular, sin conexión; el reproductor, electrocutado. Lo que más anhelaba de mi casa era escuchar música, mi música, la que me gusta y hasta hoy pude. Antes, todo el viaje, dormí en hoteles y la única música que escuche, menos una tarde, fue o en espectáculos o en la radio; y en la radio siempre fue, alguna versión del tema de "Resistiré" o a Luis Miguel.

Así que estos días, desde que llegué, me he dedicado a arreglar entuertos y a ocupar de nuevo el hueco que dejé.

Por eso, no te enojes - pero si lo quieres hacer, va, hazlo -, no te molestes porque yo no te haya buscado, que yo no me molesto porque tú hasta antes de ahora tampoco lo hayas hecho. Te pregunto titiritando, ¿hasta cuándo crees que durará el frío? Me respondes con voz gélida que quizás hasta Febrero. Te miro apenas si extrañada y me digo, no falta mucho, tanto más o menos el mismo tiempo que estuve de viaje y el tiempo pasa rápido.

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29.12.03  :: 04:48

Buenos Aires de las Ojeras,
cartografía de reloj de sol.

hieres tu cenit
con Obelisco erecto
en la encrucijada de tus líneas,
la del mediodía
y la del corazón.

sobre tu plexo,
el kilómetro cero:
vértice del que emanan
lejanía, cercanía,
y toda otra distancia.

para ti jazmines, para mí gardenias.
sur-o-no-sur, direcciones encontradas.

dícese que tiempo es la duración de las cosas sujetas a mudanza,
medida por fenómenos sucesivos ocurridos a intervalos regulares.
hemos, pues, vivido horas siderales.

nada como tus párpados,
que nunca parpadean iguales.

adivino, con prendada intuición,
cada uno de tus cuadrantes,
el pueril, el viril, el vernal, y el senil;
la largura de tus avenidas,
paralelas y meridianas,
tanteo con vagabunda mirada;
y trazo en mi Atlas
los que hice mis senderos,
de donde tu nerviosa risa
a mi acontecer sucede;
y escucho tu voz que canta
y miro gotas de agua correr por tus pestañas,
mientras me refugio del chubasco
bajo tu dintel
hasta que escampa.


Está bien dejarte,
de ti alejarme,
entorpecer el vicio,
recuperar distancia.

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28.12.03  :: 09:08

No ha demasiado del año en que resolví perdonar a Papa Noel.

Supongo que nuestra sociedad que cada vez cree en menos y en la que menos tradiciones se conservan, requiere cada vez más y como siempre, algún motivo por el cual enfiestarse entera, reunir a sus familias, romper el monótono ritmo cotidiano.

Los preceptos y ritos del cristianismo, se han vuelto la religión moderna. Sobre todo aquellos que implican jarana: bautizos, matrimonios, navidad, semana santa. En un mundo donde es moda declararse libre del yugo religioso, creyente o no, no deja de sorprenderme que la semana siga siendo de siete días y que el séptimo, que en realidad es el primero, sea considerado de reposo. ¿Porqué siete? ¿Porqué domingo? ¿Porqué el reposo? Porque sin convenciones no hay embrague.

Dentro de esta sociedad los hay que perseveran en la fe, algunos más que perseveran en la tradición, bastantes más que hacen evolucionar la tradición y otros más que creen que sin fe las tradiciones pierden su sentido. Yo era de las últimas hasta que me dio por pensar que la cultura, y llamo cultura al modo actual en que una sociedad hace las cosas, está siempre gestando tradiciones. Habrá un día que con nostalgia digamos, "En mis tiempos la navidad se celebraba en familia y con regalos..."

Pasar la fiesta navideña en Buenos Aires, fue un acontecimiento digno del viaje. En primer lugar nadie tuvo a bien avisarme que la ciudad se moría a partir de las siete de la tarde, que a partir de esa hora y hasta la mañana siguiente, hallar un taxi sería no menos difícil que un milagro, que los colectivos pasarían cada hora, y que el subte no extendería sus corridas normales. ¿A quién pudo parecerle necesaria una advertencia al respecto, si todos (menos yo, claro) lo saben? Lo más cercano que escuché fue un "No sé cómo haré para ir ...", cosa que a decir verdad, no entendí sino hasta que me sentí confinada en mi hotel, condenada a pasar ahí las horas de la cena o a aventurarme a esperar un colectivo. Finalmente eso hice y mis ángeles custodios (tengo dos) me llevaron a caminar, primero a la parada y luego por hacer algo más que durante media hora no hacer nada, hasta donde un taxista dejó a una señorita y accedió a llevarme.

La cena espléndida, en casa de la mamá de Ylek, a quien agradezco de corazón haberme permitido entrar a su mundo familiar. El plato principal, Lechón a las Brasas, que por horas asó el primo; y de primer tiempo y tan sólo lo que probé: PioNono - un enrollado-, Lengua a la Vinagreta, Vitel-Tone, pollo horneado y morrones, además de ensalada rusa y ensalada mixta. Todo delicioso.

La media noche nos llegó entre el primer tiempo y el lechón. Ha nacido Jesús. Es la hora de brindar con sidra, abrazarse y desearse ¡felicidades! Salimos a la calle para ver por casi una hora los fuegos artificiales. No hay vecino que no cuente con un arsenal pirotécnico. Rezumban cohetes, petardos. Brillan estrellitas de colores. Hora de entregar y recibir regalos.

A mí me entra una estúpida alergia, supongo que a la pólvora, que hace que no pueda dejar de estornudar y moquear y se me hinchen los ojos de tanto lagrimear. A pesar de sentirme por la alergia incapaz de pensar, termino mi porción de lechón y como pan dulce y turrones. El festejo familiar ha terminado. ¿Dije ya que los argentinos no son grandes bebedores?

Dos de la mañana. Bajo del auto familiar en avenida San Juan al 3000. La gente está vertida en la calle. Parejas, familias, grupos de amigos; muchos buscan taxi, otros tantos caminan, otros sólo pasan el tiempo reunidos, sentados a la banqueta. Los boliches en poco abren. Me meto por alguna callejuela esperando que por segunda vez en la noche, el milagro del taxi se me haga y sobre la avenida la competencia es demasiada. Llego a una esquina donde me siento detenida, me espera una calle oscura. Observo a un hombre que se dispone a caminarla. Detrás de él, la camino yo. En la siguiente esquina, premio: otro taxista deja en casa a otra señorita y accede a llevarme al barrio de San Telmo. Llego tarde para quien me espera, y me espera una travesía por la ciudad; una soda, azul la mía, revitalizante, y un mirar amanecer el día de navidad tras el Obelisco de Buenos Aires.

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26.12.03  :: 21:05

Me siento a la mesa del café y extiendo los dos mapas que me han guiado por Buenos Aires. El del subte, que es el más amplio, y uno comercial, que es el más claro. Identifico en ellos la ruta seguida en el día y doy por visitados, en la relación que hice de sitios que me interesaba visitar, aquellos que en mi caminar encontré. El camarero me mira entre divertido y extrañado. Desde la ventana de mi nuevo hotel vi abierto el bar, me vestí los jeans y crucé la calle. Lo que me inquieta hacer, prefiero hacerlo en compañía de un gin tonic y un cigarro. El reloj marca las dos. Poca gente transita por la calle, algunas parejas, varios solitarios. Corrientes y su obelisco iluminado. Afuera de la librería vecina duerme un grupo de cartoneros. Dentro del café, una pareja y yo, sumamos el total de la concurrencia.

Me restan apenas poco más de veinticuatro horas para abandonar esta ciudad y querría saber, hasta donde conozco, qué es lo que desconozco de BAires. Reviso el mapa, los puntos de interés, las direcciones, los nombres. No está mal. Puedo descartar la prisa. He hecho bien mi papel de turista. En poco podré olvidarme de verificar continuamente no haber olvidado lo que conmigo cargo. Esa sensación estúpida y veraz de andar continuamente distraída, dejando pertenencias sobre cualquier repisa. Así perdí en distintos momentos cámara, lentes, gorra y portamonedas.

El gin tonic aquí, me explica el camarero, no lo hacen con ginebra, sino con gin, que no es otra cosa que ginebra hasta donde alcanzo a leer en la botella, pero... ¡y bueno!

Rompo folletos, volantes, notas, tarjetas. Transcribo los nombres y sus direcciones a páginas nuevas. Siempre he sido así. Necesito hacer alto, parar el tiempo, para hacer de lo pasado una copia en limpio, sin borrones ni enmiendas. Sorbo. Sorbo. Escribo.

Me ha escrito gente que he conocido en mi trayecto. No he respondido. No antes. No antes de que sea tiempo.

Como si fuera un huevo de muchos cascarones y solo de vez en vez rompiera uno y justo ahora, uno estuviera rompiendo, así es como voy haciéndolo.

« No se tú, pero yo ... », sigue en la radio cantando Luis Miguel, que me ha venido siguiendo, el pobre, desde Santiago hasta BsAs. Sorbo. «... te busco en cada amanecer ... ». Ojalá encuentres lo que buscas, me deseaste. Si supiera. Si supiera lo que busco... a lo mejor sabría si me lo he topado. Cuando termine de romper el cascarón me daré tiempo para pensarlo. Por lo pronto, transcribo, transcribo a toda prisa, en este sitio propicio para compulsivos insomnes.

El turno es ahora de Roberto Carlos y del gato que le hacía compañía. La primera canción que aprendí a tocar en la guitarra, porque así es, alguna vez toqué la guitarra y alguna otra vez, la dejé abandonada. Oigo la canción con el mismo corazón que la oí entonces: nostalgia sin claro destinatario.

Tengo las manos llenas de tinta. Me equivoco y arranco los errores y rompo. Rompo lo apenas escrito y reempiezo la tarea, otra vez, hasta que no me importe más el cómo, hasta sentir sueño y el deseo de dar todo por terminado.

Conforme transcribo nombres, surgen los recuerdos. Sí, ya están ahí, ya están instalados, forman ya parte del anecdotario. Me doy cuenta de que muchos de los propietarios de esos nombres, no saben nada de mí, y aunque sepan, no he de reencontrarlos. Me percato de que no me gusta dejar huella. Gente buena, que ojalá no espere nada más de mí. Lo que podía darle, ya lo di.

Como siempre el cenicero lleno de cigarros que apenas si he fumado. Y justo ahora que transcribo tu nombre, la tinta se me ha terminado.

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24.12.03  :: 09:41

Post tomado de un mensaje recibido por i-meil

Una hermosa noche de diciembre, sentada muy acaramelada en el malecón de La Habana, estaba una pareja de cubanos mirando el mar, cuando de repente, le dice él a ella:
- Chica, ¡déjame tocarte el wiwichu!
- Estás loco, mi negro, ¿cómo crees, si no tenemos tanto tiempo de conocernos?
- Anda chica, que no ves que es el tiempo perfecto, ¡déjame tocarte el wiwichu!
- Que no, ¡que no quiero!
- Anda chica, es ahora o nunca, deja que te toque el wiwichu...
- Bueno, mi negro, sólo porque te quiero mucho...
.
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.
.
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Entonces el negro agarra su guitarra y prosigue:

Wiwichu a merry crismas,
wiwichu a merry crismas,
wiwichu a merry crismas,
and a japy niu yirrrr!!!

¡¡Felices fiestas a todos!!
;-)

¡Resistiré!

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23.12.03  :: 17:55

Para ver hombres y mujeres guapos, Rosario. No hay falla. Lo mismo la que se vacía de compras sobre la avenida Córdoba, que la gente del mercado, que la que trabaja o se asolea en la Costanera; desde los bien ajuareados hasta los más pobres, toda gente guapa.

Apenas bajaba del micro que me trajo de Buenos Aires, cuando en la misma estación de ominibuses, vi esperando al hombre que podría ser el argentino que me pareciera el más guapo: ojos azul-verde sobre piel morena, pelo negro, el gesto largo y el cuerpo y las facciones que les caracterizan, al menos a los hombres y en mi imaginario.

La ciudad pequeña, sus edificios hermosos, supongo que la mayor - o proporcionalmente mayor - colección arquitectónica que aquí hasta ahora haya visto. Pero la belleza física de los rosarinos supera la de sus edificaciones. El color de ojos que me impresionó, abunda por sus calles. El acento, uno de los más difíciles.

Yo estaba muy contenta bebiendo una cerveza y mirando pasar hombres, cuando pensé en mis amigos y en lo que les diría de las rosarinas, razón por la cual me empecé a fijar en ellas. No me gustan tanto, pero me gusta el modo que tienen de andar, el modo que tienen de vestir; no sé, cualquiera tiene un bonito cuerpo, y usan la falda o el pantalón a la cadera, muy a la cadera, y tienen buen trasero.

Sí, guapos los hay en todos lados, pero para mi gusto, en Rosario hay un exceso.

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20.12.03  :: 14:34

Desde que me instalé en mi hotelito en Constitución hace tres semanas, me guiñó el ojo éste, el Restaurante Manolo.

Ayer me di cuenta de que transcurren los últimos días de este viaje improrrogable. O me voy ya o no habrá lugar para mi regreso sino hasta finales de enero, y aunque no tengo urgencias, me parece bien aceptar que hay términos. Así que sin más, me pongo a tono con mi papel. Me dispongo, por primera vez, a comer a tiempo, al medio día y bien.

Anoche me reuní con amigos en el Gran Buenos Aires, que vendría a ser, en términos chilangos, algo así como haber salido del DeFe al Estado de México.

« Hasta que me olvides voy a intentarlo… hasta que no exista un mañana ni un después… », canta en la radio Luis Miguel. El hielo suda. Hace calor como en nuestras costas, sólo que no huele a costa, ni hay aquí pescados, ni tampoco tengo la esperanza de caminar apenas un poco y ver allende el mar. Eso pensaba anoche, en la sala de estar de mi amiga, mientras lánguidamente morfábamos las pizzas que ella había tenido a bien preparar.

He buscado el río y por poco y no lo encuentro. Hasta hoy, mirando un mapa, comprendí que el Río de la Plata no es un borde por el que fácilmente se pueda pasear; que es mucho más golfo que río, que no se ve desde aquí la otra orilla, y que Montevideo está muy lejos de mi voluntad.

Debiera llamar, es hora, pero bueno, delante de mi espera la entrada. Media porción de jamón crudo, que de media no tiene nada. La cortesía hará antesala. Además ¿qué diré? Si aún no tengo idea clara del rumbo que he de seguir en cuanto salga de este refugio gastronómico hacia el crudo sol del medio día.

Manolo. Varias veces pasé por aquí y miré este sitio desde las ventanas del colectivo: siempre lleno de clientes, siempre lleno de vida. Mi idea inicial fue ir a Plaza Dorrego y comer en uno de esos sitios medio fashion que la rodean. Pero pasé por aquí y volvió a guiñarme el ojo esta esquina. Hay citas sobrentendidas a las que conviene asistir cuando aún es tiempo.

Manolo se acerca a la mesa. Sesenta años, español. A mi derecha y a mi izquierda, dos grupos de hombres le llaman para conversar con él y sobre fútbol. Sobre mi cabeza ondean varios banderines, las insignias del River Plate y una bandera del Cruz Azul.

Llega mi asado de entraña, y un cuarto de vino para acompañarla.
Hace más calor.

Voy dando lentamente cuenta de la carne, haciendo gala al cortar para mí bocados fat-free, de las cualidades que me pudieron haber llevado a ser mejor cirujana que como-se-llame-lo-que-hoy-soy, sin por pensarlo echar de lado el par de cosas que sí hago bien.

La sal aquí sala extraña, no proviene de salinas vecinas al mar.

Por la mañana, retumbe de tambores de los piqueteros y un poco antes, al regreso, ora sí, las prostitutas de Constitución; y la suma de un nuevo desvelo.

Furia, ¿dónde andás?
Hace calor. Calor denserio, diría otro amigo insomne.
Siento mi pulso en las venas de la sien.
El asado. Estoy a punto de terminarlo.
Yo quiero ir a navegar.

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19.12.03  :: 08:26

Anoche fui a ver Platonov al Teatro San Martín. La obra, bien, mucho. Sin embargo tengo la sensación de que el éxito de éste y de otros espectáculos que he visto, lo constituyen en parte su calidad, pero también y en gran medida, el entusiasmo del público argentino por sus artistas. Las salas no se llenan, pero no faltan asistentes.

Luego me fui a comer churros con chocolate a La Giralda y ahí tomé un taxi cuyo chofer me dio la confianza para que, antes de llevarme a mi hotel, le solicitara que me condujera por las calles de Constitución donde trabajan por la noche las prostitutas y los travestis. Prostitutas no había, era jueves, pero travestis sí y muchísimos. Comparados con los de la ciudad de México, donde solo los lunes escasean las trabajadoras sexuales, no les vi tan bonitos. Sí, estilizados, pero nunca tanto, ni tan femeninos; los hombros demasiado anchos, las caras largas y las piernas ni se diga, por más que fueran petisos. Pensé que seguramente se debe a las diferencias fisonómicas entre ambos pueblos.

He quedado con Miguel, el taxista, para que otro día me llevé a vagar por ese BsAs nocturno.

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18.12.03  :: 08:55

«... y si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada. »

R. a quien conocí haciendo negocios en México, sabe a qué me refiero con el post anterior. Quedamos en encontrarnos anoche en la esquina de Lima y Av. de Mayo para ir a cenar. Fue la única cita del día a la que llegué con un retraso y fue ligero. Caminamos hasta Corrientes y entramos en un sitio agradable, sencillo y con buena parrilla. Primera vez que me sirven aquí un bife como me gusta, la carne jugosa, roja al centro. Él pidió vino, un malbec.

Platicamos de lo que nos había sucedido en el tiempo transcurrido desde que él regresó y por ende, dejamos de vernos; de nuestras perspectivas personales y de negocios actuales; de los modos de hacer negocio aquí, allá; del mercado argentino, del mexicano. De la cuantía, del tipo de empresarios y del resurgimiento a partir de la caída de la industria argentina agrícola y de transformación. De lo enano del entorno comercial que se genera alrededor de las compañías trasnacionales que le comen el mercado a las empresas mexicanas familiares, tan acostumbradas a obtener altas utilidades con muy poca inversión.

Me platicó de los esfuerzos realizados por el gobierno argentino para aumentar las exportaciones de los productos nacionales, y luego me asombró al hacerme saber que su principal objetivo es, nada más, ni nada menos, que China.

Sí, señor, China. ¡Los pájaros tirándole a las escopetas!

Que sí, que también le tiran al mexicano y al japonés, pero que sobre todo es al mercado chino al que los argentinos quieren darle, y con tecnología. Que por ejemplo, la empresa que hace plumas que se levantan a la salida de los estacionamientos, ha logrado colocar allá un importante número de ellas.

Me platicó de los problemas de lenguaje que enfrentan para poder llevar a cabo con los chinos tratados comerciales. Por ejemplo, que la base de la negociación es una síntesis que la embajada en alguno de sus diversos lenguajes prepara, a partir de una traducción (o reducción) al inglés de la información del producto en castellano, por lo que falta siempre mucho detalle. También me contó que cuando los han llegado a reunir aquí con ellos, en estancias donde les dan todas las facilidades para la realización de encuentros y firma de convenios, de cada cinco chinos que vienen, uno sólo habla inglés. Ese uno es quien habla con los argentinos y luego traduce lo dicho a los otros cuatro chinos, que son totalmente inexpresivos por lo que dejan a los argentinos sin pista alguna sobre el impacto de lo dicho.

La conversación siguió sobre esos temas. Observé en él el mismo aire de esto va para adelante, y pronto que observé entre los demás empresarios con quienes conversé durante el día.

Afuera la imagen más triste y tan vista, una familia de cartoneros: gente que deshace, sobre todo en esta zona de la ciudad, las bolsas de basura para buscar papel de deshecho para venderlo.

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17.12.03  :: 17:31

Con razón tienen los argentinos, al menos los porteños, tanto tiempo para tomarse un café. Hoy rompí mi record laboral. En solo un día visité seis instituciones, con tiempo para desayunar, comer algo y papar moscas. Mis juntas fueron breves, ninguna excedió los cuarenta y cinco minutos, incluídas fórmulas de cortesía. De cada diez llamadas, en más de siete encontré a quien buscaba en su lugar de trabajo y cada una me dió cita sí o cita no, en menos de cinco minutos para dentro de los dos días siguientes. Aquellos a los que ví, también me resolvieron si estaban o no interesados en mi propuesta dentro de la misma cita y los que se quedaron con alguna tarea, confío en que la realizarán en el tiempo acordado. Cero antesalas y no más de quince minutos de espera en conjunto.

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15.12.03  :: 16:30

Pregunté por los jóvenes escritores argentinos. Me contestó que qué era un joven escritor, que aquí nadie menor de los cuarenta escribe, que qué cosa podría. Él era uno de esos noveles, labura en la librería y ha sido finalista del Premio Planeta.

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:: 16:22

Sencillamente soberbio.

Escuchar Adios Nonino, Chiquilín de Bachín, Oblivión, Balada para mi muerte; además del Oratorio que fue bellísimamente interpretado, y de extra, la Balada para un Loco, cantada por Susana Rinaldi e interpretada por Horacio Ferrer - del cual se dice que cuando escribió el texto, le había hecho daño el fernet; y de Piazzolla, que cuando la compusó, la empezó como toda gran obra, esbozándola sobre una servilleta -, fue estupendo, aunque fiel a mi costumbre, no logré evitar dormitar un poco.

Sobre el Oratorio, la Rinaldi, que no vive aquí sino en Paris, dijo previamente, « Representa un desafío musical muy difícil porque me exige ser un poco Monserrat Caballé y un poco Teresa Berganza, pero yo no pretendo trascender esa interpretación líricamente sino con ovarios », cosa que cumplió cabalmente.

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:: 12:18

Y para que fuera un domingo lleno de mitos argentinos, debo contar que luego de haber sido despertada por la piba del bar, no pude dormir mucho más. Me despertaron las canciones, los gritos, el sonido de los claxon. Pensé que las calles estaban tomadas, que abajo del hotel se estaban juntando decenas; pero no, era sólo que ahí o donde se vieran dos, era suficiente para vitorear a Boca.

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:: 12:13

Érase una vez que era casi un crimen perfecto...

Buenos Aires, tres de la mañana. Siete sujetos salen sin pagar y sin que nadie los detenga por la puerta principal de un bar de Las Cañitas tras una hora de haber infructuosamente solicitado la cuenta.

La verdad, bar y mesera se lo merecían: la cena había sido pésima y lo dicho, en Buenos Aires los camareros no atienden, a menos de que se trate de un sitio para turistas exprofeso, y el sitio, si bien no era turístico, sí resulto ser un sitio de precios majaderos.

Además existía la sospecha, por la cara que la niña hizo, de que por haberle solicitado que recalentaran la carne - cosa que aquí no se hace, si la sirven fría, fría ha de tragarse -, al menos uno de los platos hubiera sido condimentado con algún nutritivo escupitajo. Por lo que tras la media hora que se demoraron en cocina para llevar a cabo el inusitado servicio y los comensales interrumpidos hubieran perdido el apetito – yo, una de ellos -, los platos, como llegaron a la mesa, se fueron.

« Cuando la limosna es grande, hasta el santo duda. », intentó alguien apenas unos días antes en vano enseñarme. Una, que no llegó, tenía un pase para cenar gratis cuatro, en este sitio de cuyo nombre no vale la pena acordarse, y me lo dio a mí para que yo reservase. He ahí el detalle. Lo peor fue que el pase valió madres porque la cena solo es gratuita de lunes a jueves, y era sábado; y lo imperdonable fue haber ido sin saber que eran ¡cuarenta y cinco pesos por cabeza! Eso lo supe hasta que me pasaron al amanecer la cuenta, mesera y galán histéricos. Yo también lo hubiera estado si por no atender a mí me la hicieran, porque el bar seguro que no iba a salir perdiendo.

¿Molestia? No. Existía la posibilidad de que me hallaran y yo creo que ante la anticipación no hay sorpresa. Un poco, sí, que llegaran tan temprano y que cuando pedí tiempo para pensar – recién despertada, no podía - que me amenazarán con llamar a la policía. Un poco de pena con el administrador del hotel por el pancho (a la mexiquen), pero la verdad es que cualquiera que haya pagado alguna vez en su vida una cuenta excesiva, sueña, con alguna vez en su vida cometer el crimen perfecto.

Por lo demás, la pasamos muy bien. Bailamos rico, buen show y celebramos la comisión de nuestro crimen, cuando aún ignorábamos haber fallado, con júbilo, papas fritas y cervezas, varias, por cuenta de su autor intelectual.

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14.12.03  :: 10:33

« Dame tu luz pequeño ángel
que si te vas se va mi vida
antes que el sol cuelgue sus alas

Cuento las notas de las horas
tengo la piel de tu llovizna
en cuanto el sol cierre sus alas

Luz, solo luz
respirándome
hay un rumor que me lleva al mar
en tanto que en la sombra
más te busco y más te tengo acá.
Dame tu luz pequeño ángel. »

Luis Alberto Spinetta, Pequeño Ángel

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:: 10:19

Seis de la mañana. Me despiertan. En el lobby un hombre me reclama el pago de la factura del crimen perfecto.

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12.12.03  :: 12:55

Escucho ahora a Luis Miguel, ...hasta que me olvides. Hora de irme de aquí. Nadie me ha invitado un mate, aún.

Para el domingo:
El pueblo joven, Oratorio de Dos Mundos, de Astor Piazzolla, con Susana Rinaldi y Horacio Ferrer. Dirección de coro y orquesta: Juan Carlos Cuacci. El Oratorio fue escrito por Horacio Ferrer y Astor Piazzolla entre marzo y mayo de 1971 en París, por encargo de la televisión alemana, que lo presentó por única vez en el Canal 2 de Sarbcrüken. La obra fue concebida en dos partes, “Las memorias” y “Los mensajes”, para cantante femenina, recitante masculino, coro mixto, orquesta y músicos solistas (bandoneón, piano, guitarra y percusión).
Teatro Argentino de La Plata, Calle 51 entre 9 y 10. La Plata, Provincia de Buenos Aires. Reservas de entradas y traslado: (054 221) 429-1732/1733. Informes 0800-666-5151. Entrada: desde $10. Domingo 14 a las 19.30 y sábado 20 a las 20.30.

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:: 12:19

El cybercafé de hoy es bastante más agradable: café, medialunas, ceniceros; 80 cms entre máquina y máquina; nada de juegos en red, por lo tanto ningún chiquillo gritándole a otro, viendo por encima del hombro o corriendo en el pasillo. Música que me gusta a un volumen agradable: Calamaro, tangos, Serrat, salsa, Pedro Guerra. Una pena no tener más que unos minutos, apenas el tiempo suficiente para revisar el emilio y la cartelera.

Mañana en el Teatro Colón se presenta Spinetta, Leon Gieco en el Estadio Ferrocarril Oeste y en el Luna Park, Babasónicos. Bueh! A estos últimos podría verlos en México, pero el Luna Park pletórico de chicos argentinos con el grupo en boga debe ser una experiencia. Charly García se presentará ahí también, el 27. Un día antes de tomar el vuelo a casa. No sé, y justo un día antes, el 26, una fiesta y el 19, otra. ¡Qué cosas para apuntar en la agenda!

Me encanta esto. Acomodada en un hotel de tercera, con las cosas en mi juego de valijas y la sensación de no tener prisa; el pie puesto en cualquier parque, la conversación fácil, las horas tranquilas. Los recuerdos olvidados, nada que echar de menos, todo por recordarlo. La única expectativa, la de la sorpresa.

Una mirada de reojo a enero. Igual. Nada que recobrar. Nada o casi nada dejado atrás. Todo por crear, por ser creado de nuevo. La vida por hacerse.

Quizás desearías que dijera que ansío verte. En este momento, no puedo.

Anoche me quedé sola en la milonga de la Confitería La Ideal. Fui con un comité de los finlandeses, en su último día de tangueros, al festival callejero que tendría lugar en Suipacha esquina con Corrientes por el Día Nacional del Tango con que se festeja el nacimiento de Gardel. Pero la presentación abierta no resultó nada tradicional, sino de música electrónica. Se presentaron varios Dj´s de los del BajoFondo Tangoclub comandado por Gustavo Santaolalla. Como no fuera lo esperado, luego de un rato de escucharlos, nos refugiamos en el salón de la parte alta de este lugar legendario. Los finlandeses, tan responsables y parcos, se retiraron temprano. No me iba yo a ir con ellos, así que me pedí, primero mi coca con fernet y luego una copa de champán, mientras observaba a tanto argentino, no menos parco, bailar.

No entiendo cómo aquí les dura tanto un café, pero solo así entiendo por qué los meseros de estos lares nunca te ven. En el tiempo en que un comensal aquí se toma un café, no digamos mientras charla, sino en un baile como en este caso se trataba, en México ya se han consumido al menos un par de cubas, muchas más aún si andamos con la banda.

El caso es que me quedé sola y armada con champán, de la medianoche a las tres, sentada en compañía de mi copa y mi libreta. Claro que me invitaron a bailar, pero no, no sé. Lo estuve haciendo, con Oscar, el guía turístico y maestro de baile en Finlandia de los finlandeses, para los cuales el tango, por si alguien no lo sabe, es el baile popular. Y aprendí, ¿sabes lo que es aprendizaje acondicionado? ¿Aquello de que si al perro le pegas, deja de entrar por esa puerta? Bueno, pues después de varios pisotones a mí me pasó igual y al menos no me dejo ya pisar. Pero no, no era suficiente mi dominio de la materia como para animarme a salir a la pista, repleta de parejas entendidas, a bailar. Regresando a que estaba sola, me dio ahí por pensar en lo muy a mis anchas que me sentía.

Habemos algunos para los cuales Soledad es una querida amiga, los que disfrutamos de la soledad y del silencio, tanto como de una buena compañia, o de una charla a la madrugada en una azotea de esta Ciudad de la Furia. ¿No la llamaba así Soda Stereo?

Una última nota a propósito de algo leído entre cerezas. Cuando se conoce la intensidad de los segundos, se tiene idea de las eternidades que transcurren entre hora y hora, y de lo imperdonable de los pecados de omisión.

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11.12.03  :: 16:05

Nada es perfecto. La máquina del café internet donde estuve trabajando tan a gusto, tenía algún defecto que me batió el blog y los comentarios. En este otro, mi vecino a la derecha tiene la vista bizca y una sutil erección que de vez en cuando acaricia.

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:: 14:18

Córdoba es una ciudad linda, moderna y no tan limpia como Mendoza. Me recordó muchísimo a Madrid, con sus amplios bulevares y colinas, aunque es muy posible que en nada se le parezca.

La gente de ahí me pareció la más conservadora que haya encontrado hasta ahora. Pocos cafés o quizás todos concentrados en Villa Carlos Paz; poca gente fuera entre semana, quizás porque muchos trabajan en su industria.

Yo diría que es una ciudad donde se oye el rugir de los motores. Aunque motores he oído rugir desde que puse el pie en este lado del continente: karts, picadas, corredores. Pero en Córdoba braman seriamente. Así que fui a rondar sus fábricas.

Me quedé con la idea de que la industria argentina está coartada y de que sus fábricas son fábricas fantasma.

La fábrica de la Volkswagen nunca fue inaugurada. La de Chrysler está cerrada. La de Fiat tiene o tenía hasta hace muy poco su producción suspendida. Su planta de camiones, Iveco, produce algunas unidades; y sólo la Renault está un poco más en orden. Ni qué decir de los pequeños talleres, de los productores de autopartes y de sus complementos.

Me sorprendió saber que antes de ser de la Renault, esa planta fabricó automóviles con capital y manufactura argentina, la Kaiser. Me gustaría ver un automóvil de esos. Ojalá tengan alguno aquí, en Buenos Aires.

Me cuentan que alrededor de 1930 se instaló en Córdoba una fábrica de aviones militares, lo que originó el desplazamiento a esta ciudad de mucha gente especializada, una importante presencia de militares y la expansión de la industria metalmecánica. Esta fábrica llegó a producir misiles con un alcance de hasta 2000 kms., por lo que los gringos presionaron para dar termino al proyecto y actualmente la fábrica está concesionada a la Lockheed para dar mantenimiento a sus aviones.

Por otra parte, mi amigo me hace observar los campos militares tan extensos. Hoy día están todos sembrados, al igual que todo el sur de la provincia - me comenta -, cosa que no sucedía hacía ya muchos años.

Algo más que aprendí en Córdoba es la importancia de apellidarse Minetti, familia dueña de un palacio en esta ciudad, de los silos y de la cementera, única fábrica para la que el ferrocarril opera.

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:: 13:29

Se me perdieron algunos comentarios.
¿Alguien los ha visto por ahí?
Yo los veo, pero no aparecen en la página.

Hola a todos, Gloria, Ylek, Armando, Brutus, Juan, Ergaster, Paterna, DuVeth, Daniel, Jimena, Dr, Serafin, Cíclica, Abril Celeste y anexas.

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:: 13:21

Y bueno, sigo de viaje.

En mi diario sigo compilando notas sobre los sitios que visito, las observaciones que me hago y nombres; los nombres que son los únicos que por sí mismos y al paso del tiempo seguirán evocándome lo pasado.

Anoto como alternativa ante el olvido. Anotar no me hará recordar con precisión, pero sí me permite incorporar ideas al modo en el que pienso. Es como si al hacer el ejercicio de escribir algunas letras que evoquen lo visto, éstas pudieran fijarlo, esculpirlo, en alguna neurona o donde sea que tengamos la facultad del pensamiento.

Las anotaciones sé de antemano que me resultaran ilegibles con el transcurso de los días; que perderán la conexión y el sentido que tienen hoy día entre sí y con las imágenes que por lo pronto conservo frescas en mi memoria, pero que siendo ésta tan corta, seguramente olvidaré, a menos que las recuerde por algo que no está en mí decidir, o porque las conserve plasmadas en alguna fotografía y en todo caso comprada o de algún libro, porque hago poco y mal uso de la cámara.

En realidad lo que me gusta fotografiar son las sensaciones que tengo.

Los nombres de las personas, en cambio, suelen abrirme la llave de los recuerdos. Son como palabras mágicas que al pensarlas trajeran al presente momentos, lugares, la memoria de lo hablado, de lo visto y de lo sentido.

Lo he dicho antes, mi desmemoria es selectiva.

Mi intención original para con esas notas, para con este blog, para con este viaje, fue - en lugar de dejar perecer esos apuntes sinópticos, dos palabras para cada cosa y cada cosa numerada -, hacer con ellas un texto, alguna cosita más o menos decente, más o menos legible, más o menos expresiva, más o menos descriptiva.

Pero el tiempo me está ganando y yo sigo acumulando garabatos y pocas veces me encuentro con un café internet donde me permitan fumar y tomar café, elementos necesarios para sentarme a gusto a escribir algo.

Así que hoy que lo he hallado, intentaré poner esto al día.

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6.12.03  :: 17:41

Nos subimos al colectivo. Siete finlandeses, Oscar, Ariane y yo. A Oscar le conocí anoche cuando pregunté a dónde podría ir y él me dijo:
- Vení con nosotros mañana. Nos vemos aquí a las dos.

A Ariane la conocí hoy. Llegó de La Plata, es amiga de Oscar y vino sólo para bailar tango con él.

Ya subidos en el autobús, tras detener su tránsito más de quince minutos en los que el chofer explicaba, los finlandeses entendían y entre todos recabábamos las suficientes monedas para pagar cada uno de nosotros nuestro pasaje, nos acomodamos todos en el vehículo de pie y agarrados de los tubos.

Ella, sentada delante de nosotros, preguntó a una de las dos finlandesas, a la que le quedaba a su izquierda:
- ¿De dónde sos?

El escaso español de la finlandesa fue suficiente para contestar a la primera, a la primera vuelta:
- De Finlandia.
- "Kitos" es la única palabra que conozco en finlandés – rápidamente replicó ella.

La otra rió y me preguntó qué era lo que la primera había dicho. Yo, que no estaba segura de lo que había oído, le pedí a la chica que me repitiera la frase; ella lo hizo y yo traduje para la finlandesa, que rió ahora aún más.
- "Kitos" como en mosKitos, por eso me acuerdo yo. Quiere decir "gracias" – la primera completó su idea.

Entonces me contó en dónde y cómo había aprendido la palabreja, y como la historia fuera un poco larga, la finlandesa se desesperó porque no traduje al mismo ritmo al que hablaba ella, por lo que de ahí en adelante nos ignoró. Terminada la historia, ella me preguntó si yo era de México porque en algún momento dado me había escuchado decir "ahorita". Contesté que sí. La señora debajo de mi brazo, a la que la primera había cedido el asiento mientras todo esto sucedía, comentó que a ella le gustaba la gente de México, cosa en la que la primera coincidió.

Cuando escucho a la gente hablar de México, en estas y otras latitudes, de lo que les implica sentimentalmente Luis Miguel o la música de mariachis, o de cuánto les gusta El Chavo del Ocho o las telenovelas mexicanas como "Amigas y Rivales", me siento como quinceañera de corazón punk, envainada en un vestido de tul, mientras escucha a su sinceramente emocionado padrino en una de esas fiestas con pastel de cinco pisos y merengue color azul: no sé qué sentir.

La conversación siguió esos derroteros. El tema: los artistas mexicanos y lo mucho que se entregan. Ella, la primera, dijo que eran rebuena onda al menos los de Maná, a los que ella había conocido un poco más de cerca en el backstage de alguna presentación. La señora debajo de nuestros brazos, que seguía atenta la conversación, dijo no saber quiénes eran ellos. Estaba a punto de agregar que casi tampoco yo, cuando Oscar dio aviso de que debíamos bajar ya del colectivo.

Rápidamente me despedí y cuando mire bien alrededor me encontré con que ella, la primera, en cuestión de segundos se había decidido a bajar ahí también para unírsenos.

Ella tampoco es de aquí, aunque sí es argentina. Ella, que ahora tiene nombre y éste es Claudia, tampoco tiene para hoy un plan determinado y quiso saber los nuestros. Es por eso que ahora estamos aquí sentadas en un café internet escribiendo pavadas y aprendiendo lo que es un blog, ¿viste?

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4.12.03  :: 18:10

Llueve. Desde que salí de Mendoza no ha dejado de llover un sólo día.

Ese anochecer, el viento empezó a arreciar hasta hacer que a los árboles altos y delgados, quizás cipreses, que bordean el camino hacía San Juan, los viera, a contraluz, como algas que se agitaran inquietas en un fondo de mar profundo. Tanto así se mecían.

El fuerte viento precedió a la primera gran tormenta de primavera. Al llegar a este poblado, las calles estaban convertidas en riachuelos y la gente celebraba en ellos el final de la sequía.

Sequía de más de siete meses, tanto para la Región del Cuyo como para la Mediterránea, nombres dados a las regiones donde se hallan asentadas las ciudades de Mendoza y Córdoba, respectivamente.

Sigue lloviendo desde entonces todos los días. Ahora incluso en demasía. Tormentas de granizo y lluvia castigan huertos y viñedos; también alimentan raudamente los depósitos aluviales hasta hace poco muy disminuidos.

Me sorprende en estas regiones el modo en que el hombre lidia con la naturaleza, y el aprovechamiento y administración del agua forma parte de esa contienda.

Santiago es una ciudad que me recordó a Oaxaca con sus casas pequeñas y calles estrechas, embellecida por numerosas áreas verdes, aunque nunca suficientes como para quitar cierta sensación polvorienta. Cuando sobrevolé sus alrededores, me sorprendió lo árido de su entorno. Las casas en las afueras de la ciudad se veían desde las alturas, como recortes de un verde intenso sobre inmensos valles pardos.

Valles pardos y semidesérticos que se extienden a uno y otro lado de la cordillera.

Valles que son altamente productivos gracias a la selección de los cultivos y a que son irrigados ingeniosamente con las aguas del deshielo de los Andes.

A ambos lados de la cordillera, el quehacer humano mueve pueblos y alza diques para acopiar cada vez mejor dicha agua; así como cambia cauces y construye canales para conducirla luego, ordenadamente, a sus plantíos y urbes, por la mano del hombre forestadas.

Más allá de los intereses individuales, se trata de intereses bien entendidos como comunales. Así, por ejemplo, en Mendoza, la administración del agua está en manos de los productores y es autónoma. A cada uno de ellos le corresponde un día de regadío a la quincena, en el que inundan sus huertos, olivares o viñedos, que están dispuestos para aprovechar y hacer fluir de la mejor forma posible el agua entre planta y planta.

Mendoza, además del uso de declives en sus huertas, tiene un sistema de regadío artificial bastante particular, herencia de los incas y enseñanza de los indios guarpes a los españoles, que consiste en la construcción de una red efluvial de canalillos que corren paralelos a las hileras de árboles sembrados en cada calle.

Así Mendoza es una ciudad frondosamente arbolada, arrullada por el murmullo constante del agua que corre por todas sus aceras canalizada en acequias.

Otro ejemplo de este esfuerzo por transformar la naturaleza, lo vi en La Cumbrecita. Un complejo a una hora más o menos y mucho lodo (porque llovía) de Villa General Belgrano, en la serranía cordobesa. Un frondosísimo vívero en medio del típico paisaje árido, desolado y agreste de estas tierras.

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2.12.03  :: 13:51

Argentina me gusta. Sospeché que así sería. De Chile no lo sospeché nunca. De hecho, que Santiago fuese en mi itinerario el punto de partida, fue algo que decidí por seguir el consejo de un amigo de internarme en este país tras cruzar en autobús los Andes.

No sabía que este trayecto suelen los aventureros realizarlo en tiempos invernales, cuando la nieve alcanza a formar paredes de hasta tres metros de altura alrededor de Los Caracolitos, que es como se les llama a las treinta y seis curvas del ascenso. De haberlo sabido, me habría alegrado todavía más de recorrerlo aún en primavera, pues la impresión que provocan las montañas desnudas no es menor y seguramente me ha sido más agradable que el de la nieve, el peligro y el frío.

Santiago me impresionó, no lo esperaba tan lleno de vida; y por lo que supe de los parajes de sus otras doce regiones, abrigo la intención de recorrer Chile bajo otras circunstancias, por eso no prologué ahí más mi estadía.

Con unos pocos más de días en esta zona, entiendo que mucho de lo que me gustó de Santiago sucede también en Argentina.

Me gustan las pequeñas granjas, los pequeños huertos, los talleres, las bodegas, los viñedos, los olivares y los hostales que embellecen las salidas de las ciudades.

Me gusta que en cada calle haya muchos pequeños comercios, farmacias, cafés, bares. Que los productos disponibles, desde los cosméticos hasta los comestibles, sean muchos de marcas locales. Me gusta que en el autobús el café soluble no sea de Nestlé, y que la pizza solicitada desde el hotel provenga de la pequeña pizzería vecina y que su calidad sea incuestionable.

Me gusta que la capacidad empresarial no haya sido aún reemplazada con franquicias.

Me gusta que la gente se vacíe en sus calles, cafés, plazas y parques, y que no le teman a que sea lunes o domingo; ni les espante la noche o el desvelo; ni si son ciudad o pueblo.

Me gusta que los niños vayan a la cama después de las diez, que los restaurantes no deban tener juegos para entretener a los infantes, y que estos se hallen bien tomando soda sentados al lado de sus padres.

Me gusta que en cualquier lado y bajo cualquier motivo sea bien visto destapar cervezas de a litro. Me gusta el tamaño de sus porciones y el poco empacho que tienen para dos de ellas en un sòlo día manducarse.

Me gusta que todos los días los que actúan tengan público y que donde abunda la gente, no abunden los vendedores ambulantes.

Me gusta el olor que despiden tantas pequeñas panaderías y que todas ellas ofrezcan sus pasteles rebanados; que hagan el café cargado.

Me gusta que la televisión transmita el precio del ajo al mayoreo en los mercados y las noticias de los pueblos y ciudades más remotos.

Me gusta lo concientes que son de sus recursos.

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