Asakhira
Explorando territorios Patricia @révalo
Vamos siendo nuestra propia isla,
arriesgando leyendas
sobre los límites del mundo ...
                           Teresa Melo, Cuba


13.2.04  :: 15:40

Se viven días cortazianos en la nete, y yo no puedo sustraerme del todo. Caigo en el lugar común de hacer memoria de cómo fue a dar Rayuela a mis manos. La recibí de un titiritero, que antes de conocer mi nombre u ofrecerme el suyo, me detuvo para espetarme un ¡frívola! y se plantó muchos años en mi vida en calidad de poeta, sin que jamás, hasta hace poco, se atreviera a colocarme él en la boca un beso.

Leo mi capítulo, el 54, y me parece imaginar mejor que nunca el calor que sofoca a BsAs.

Talita lo miró con la mirada de los que no entienden, pero su mano subió sin que la sintiera subir, y se apoyó un instante en el pecho de Oliveira. Cuando la retiró, él se puso a mirarla como desde abajo, con ojos que venían de algún otro lado.

« Sólo entonces, la mirada y el deseo que sostienen toda la novela se revelan como un espacio que va y viene buscando comprender y nominar una imagen. Un espacio barroco, una corriente que destroza el centro y la síntesis y que llena todo el espacio de tiempos abigarrados, perfectos e invisibles por saturación: el conocimiento, el jazz, la ciudad, la locura (...) Todo para resistir el centro antes que para encontrarlo a lo largo de toda la novela. El laberinto como la cartografía perfecta para la construcción barroca de la rayuela. » Carlos Oliva, Deseo y Mirada del Laberinto.

De alguna manera habian ingresado en otra cosa, en ese algo donde se podía estar de gris y ser de rosa, donde se podía haber muerto ahogada en un río (y eso ya no lo estaba pensando ella) y asomar en una noche de Buenos Aires para repetir en la rayuela la imagen misma de lo que acaban de alcanzar, la última casilla, el centro del mandala, el Ygdrassil vertiginoso por donde se salía a una playa abierta, a una extensión sin límites, al mundo debajo de los párpados que los ojos vueltos hacia adentro reconocían y acataban.

Maga, me escribe él al dedicarme mi Rayuela y lo firma desde su infierno: laberinto de titeres y libros y poemas, de funciones para niños en el teatro o en la banqueta, de noches estrelladas en compañía y en silencio frente al fuego, mientras comíamos pan y bebíamos vino tinto; de trova y cantautores, de Silvio, de ansía nunca satisfecha, de preguntas que no piden respuesta; de humo. Humo de cigarrillo que huye lánguido del vaso en que él lo apresa y del que bebe cuba libre, creando la ilusión de la pócima mágica.

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