Mediados del Siglo XI. La Rioja. Monasterio de San Millán de la Cogolla. Sobre los sermones de San Cesáreo de Arlés y otros textos eclesiásticos, un monje escribe glosas. Estudia los textos en latín y hace sus anotaciones sobre el manuscrito entre líneas o al margen. Hace más de mil. Unas breves, otras más extensas. La mayor parte de ellas en latín coloquial, a veces sólo en latín aparente; dos las redacta en vasco, probablemente su lengua materna; y más de cien en algo que ya no es latín, sino la cepa de los dialectos hispanos. El monje anónimo es uno de los primeros en escribir como habla, como hablan sus contemporáneos, sus vecinos, en el hogar, en las plazas, en el mercado. No en balde lee las homilías de San Césareo, quien ya desde el siglo VI apuntaba la necesidad de predicar al pueblo en una lengua y estilo más asequible. Las Glosas Emilianenses, apuntes sobre un modesto códice, propio de un estudiante, fueron por mucho tiempo consideradas el más antiguo testimonio de la lengua romance peninsular y del vascuence. A finales del siglo pasado se estudió otro códice, el 40, del mismo monasterio, que presenta rasgos léxicos similares ya un siglo antes.

|