Asakhira
Explorando territorios Patricia @révalo
Vamos siendo nuestra propia isla,
arriesgando leyendas
sobre los límites del mundo ...
                           Teresa Melo, Cuba


7.4.04  :: 19:10

Utopía

Llegamos a Pátzcuaro pasado el mediodía del sábado, no sin antes haber hecho una parada refaccionaria y obligada en el camino para desayunar las tradicionales quesadillas apenas saliendo de la ciudad de México.

Nos alojamos en una posada sobre la calle Serrato, cerca de la Basílica de la Virgen de La Salud, en cuyo altar se venera una antiquísima imagen, orgullo del pueblo purhépecha, hecha con pasta de caña y miel de orquídeas.

Luego de visitar la Basílica y su mercado, donde como en todo sitio público de esta región en estos días, la exposición y venta de artesanías es un espectáculo de habilidades escandalosamente rico en texturas, formas y colores, nos dirigimos hacia la plaza central que lleva el nombre de Vasco de Quiroga, para hacerle los honores a la gastronomía regional, la michoacana, una de las seis más importantes de la cultura mexicana. Nuestra comida consistió en una entrada de charales recién fritos con aguacate, fruto excelso de la región, tortillas recién hechecitas, sopa tarasca y pescado blanco.

Para ser principio de vacaciones, nos encontramos aún con pocos turistas.

Pátzcuaro, una joya de la arquitectura colonial del siglo XVI ubicada a orillas del lago que lleva su nombre, es una ciudad que fue concebida mestiza a diferencia de todos los demás asentamientos coloniales. Su trazo guarda mucho de renancentista. Sus calles son amplias, y sus plazas y monumentos están dispuestos de modo tal, que el caminante halle siempre un elemento arquitectónico donde descansar la vista.

Su fundador, Don Vasco de Quiroga, influenciado por Tomás Moro, planeó la ciudad para ser la polis de la nueva sociedad novohispana, de la nueva humanidad, a la que entendió conformada, no sólo de españoles colonizadores, sino también por los indios y sus mezclas, a quienes encontró, a su llegada a México en 1531, dispersos y miserables o esclavizados y maltratados por los encomenderos.

Vasco de Quiroga había estudiado Derecho en la Universidad de Salamanca y ganado prestigio como juez justo y honesto dirimiendo controversias, tanto en África como en España, entre cristianos, judíos y sarracenos, cuando a poco de retirarse de la vida pública, el emperador Carlos V le ofreció ser magistrado en las Indias. Su primera comisión en América consistió en juzgar a Hernán Cortés y a Nuño de Guzmán, conquistadores de México y de Michoacán respectivamente. Al primero lo absolvió y al segundo lo condenó, ante los evidentes estragos, caos y desolación que su arbitrario gobierno, avaricia y sadismo habían causado en estas tierras.

Encauzada la situación política, Vasco de Quiroga dedicó su vida y fortuna a idear y ensayar las condiciones sociales, económicas y políticas bajo las cuales pudieran sentarse las bases de la emergente sociedad mestiza que devolvieran la dignidad a los vencidos y el honor a los españoles. En 1535 publicó su "Información en Derecho"”, encendido alegato jurídico contra la esclavitud de los indios, en el que se pronunció no solo contra el abuso de la fuerza para sojuzgar a los pueblos, sino en el que también apunta la necesidad de educar a la ciudadanía nueva, española e indígena, para hacerle consciente de sus legítimas diferencias, y de generar nuevos espacios sociales donde se forjen nuevos hábitos de convivencia y en los que se prediquen con el ejemplo el catequismo y las virtudes cristianas sin demérito de las indígenas.

Al fundar la polis mixta de Pátzcuaro en 1538, Quiroga, que ya había realizado ensayos previos con los llamados pueblos de indios, buscó agrupar en su urbe a los indios libres y a los mestizos con una policía o conjunto de ordenanzas de la congregación urbana, y con un sistema político y económico autosustentable, que rescataba astutamente la estructura comunitaria indígena y donde la dignidad de los individuos, tan indefensa en el aislamiento, quedaba respaldada y debidamente protegida en el seno de la comunidad misma.

La ciudad conserva muchos de sus rasgos indígenas como lo son su nombre, la posición de sus templos y la red de caminos de acceso, que es de trazo radial en relación al centro ceremonial. La palabra Pátzcuaro proviene de la palabra tarasca - que es como denominaron los españoles a lo purhépecha - Petahzacua o Petahzacuaro, que significa lugar de cimientos o asiento para cues o templos, lo cual es acertado porque es un lugar donde hubo y continúan habiendo templos. Una peculiaridad de sus calles es que cualquier perspectiva es siempre rematada por uno de ellos. De hecho, la Basílica, obra inconclusa de Quiroga, está construida sobre los cimientos de uno tarasco, cultura que a diferencia de otras indígenas, no los construía en el centro, sino en las laderas, desde donde dominaban la vista.

La riqueza cultural que hoy día esta región exhibe es producto de las determinaciones políticas de Quiroga, que incluían la enorme importancia que recibió la educación tanto en la policía, como en oficios varios, todos útiles, cuya práctica tenía por propósito erradicar al ocio; y la formación de comunidades con tierras comunales, en las que cada familia tenía su vivienda y parcela privados, y cuyo producto era repartido según las necesidades de los individuos y para beneficio comunitario.

No pasó mucho tiempo antes de que cada población se dedicara a un determinado producto o artesanía, enriqueciendo algunas de las técnicas introducidas por "tata" Vasco con las propias técnicas prehispánicas y generando industrias especializadas a través de las cuales podían negociar mutuamente. De ahí la riqueza artesanal y alimenticia, propiamente indígena, que hace de esta región un festín para los sentidos y a la que los turistas contribuimos con nuestra curiosidad y aprecio, manteniendo vivo el patrimonio cultural michoacano.

Esa tarde, el primero de los pueblos de esta región lacustre que visitamos fue Tzintzuntzan, antigua capital purhépecha, donde Quiroga en 1536, en un solo día, pasó de ser un ilustre abogado a ser el señor obispo, y en donde fundó el hermoso convento franciscano por el que paseamos al ocaso entre árboles que se antojan fantásticos y milenarios. Antes, en nuestro camino alrededor del lago, habíamos pasado por Ihuatzio y por su zona arqueológica, conocida como Yacatas.

En su mercado de artesanías revisamos un interminable conjunto de artículos de lana y de manta de algodón, de carrizo, de madera tallada, de mimbre y de cerámica, y compramos una botella de charanda para hacernos menos pesados los dieciocho kilómetros de camino recto de regreso a Pátzcuaro.

Esa noche para cenar escogimos los portales de la Plaza Gertrudis Bocanegra, un poco más popular que la plaza Quiroga que habíamos visitado por la tarde. Ahí primero nos comimos unas corundas parados y luego nos sentamos en algún puesto instalado entre los portales conocidos como Regules, a beber atoles de guayaba - otra fruta excelsa y olorosísima de la región - y de canela con buñuelos, para sacudirnos un poco el frío. A esa hora, casi la media noche, aún había mucha gente deambulando por ahí. Alrededor de la plaza daban vueltas los autos traídos por los paisanos emigrantes mostrando el poder de sus estéreos.

Luego de cenar paseamos por los alrededores del mercado y de la plaza y frente al templo de Guadalupe encontramos a muchos durmiendo en sus afueras, que habían venido con sus palmas tejidas para venderlas al día siguiente que era domingo de ramos y que así apartaban su lugar para la venta.

Al día siguiente desayunamos en los portales frente a la Basílica. Yo pedí huevos tarascos, que estaban tan buenos como las enchiladas que pidieran mis amigos. Las salsas eran soberbias.

Luego me entretuve un rato en el taller de Jesús García Zavala, platero tradicional ubicado en los mismos portales, que tuvo a bien explicarme con todo detenimiento su labor orfebre y me enseñó sus diseños inspirados en joyería mexicana del siglo XVII y los collares de matrimonio purhépechas, que le son muy solicitados por paisanos michoacanos residentes en el extranjero y donde cada cuenta es un símbolo. En el que me enseñó, la cruz, símbolo de la cristiandad, pende de un dije en forma de concha que representa la fe, que a su vez pende de una cuenta cilíndrica, símbolo del hombre, que pende de una cuenta redonda, como bala, símbolo de la mujer, que va unida al hilo de plata en el que se ensartan cuentas de color rojo o eslabones de filigrana y cuentas redondas de plata que representan a los hijos. Yo deseé llevarme unos aretes de pescados blancos en plata que él fundé a puro pulmón sobre un soplete de alcohol para luego laminar y cortar y fraguar y burilar, sin moldes ni ceras, en los que cada escama es un golpe de su buril sobre la plata sólida y que es técnica prehispánica.

Al medio día salimos hacia Quiroga y en nuestro camino visitamos nuevamente el convento de Tzintzuntzan, esta vez a la luz del día. En Quiroga compramos en el mercado las tradicionalísimas carnitas y nos sentamos en una banca del parque a taquear. Luego, para bajar la comida, nos fuimos caminado, otra vez curioseando máscaras, cerámica, tule, textiles, lacas, maque, flores en hoja de maíz, mantas, mimbre, alfarería.

De Quiroga nos fuimos a Santa Clara del Cobre. Aún llegamos a tiempo para poder ver una enorme muestra de la fina orfebrería de cobre martillado que sus artesanos ofrecen. Cuando los locales cerraron y los mercaderes levantaron sus puestos, nos sentamos en los portales de madera a tomar cócteles preparados con charanda, mientras veíamos llover y a los jóvenes coquetearse en primavera y en domingo.

De regreso en Pátzcuaro, entramos a investigar un bar que llamó nuestra atención donde, acompañados de bebidas de mezcal y tequila, escuchamos canciones de Silvio.

EL lunes no pudimos repetir nuestro excelso desayuno por que descansaba el sitio que habíamos descubierto la mañana anterior, así que fuimos a por los chilaquiles y pan de pueblo con chocolate de metate a la plaza Gertrudis Bocanegra. Ahí me encontré con algún querido amigo argentino que ha disfrutado los últimos meses, sí lo sabré yo, de vivir en Eronguarícuaro, otro pueblo cercano.

Luego nos fuimos al embarcadero, donde mantuvimos una larga discusión sobre si las comunidades indígenas, sobre el ladinismo, sobre los problemas del ejido, y sobre cualquier otra cantidad de temas, mientras comíamos charalitos.

Al medio día, salimos rumbo a Morelia donde comimos, esta vez chile pasilla relleno con picadillo de fruta seca en salsa de nogada y filete al mezquite, antes de que mis amigos me dejaran a mí en la estación de autobuses para regresar yo a México ... a poner este post larguísimo y para que me quede en claro que el error es haber inventado el concreto.

Algo más sobre Vasco de Quiroga.
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Vasco de Quiroga es iniciador de la corriente humanista llamada nicolástica que está profundamente ligada a los orígenes del estado mexicano y que ha sido preservada a lo largo de nuestra historia por los libre pensadores del Colegio de San Nicolás, mismo que él instituyó en esta ciudad de Pátzcuaro en 1540 para formar a seres humanos que, en su ausencia, conservaran sus principios, los actualizaran conforme al espíritu de los tiempos y los enriquecieran con nuevas aportaciones; y que su sucesor trasladó a la muy criolla ciudad de Valladolid, hoy Morelia, pues no entendió, sino como apego a los indios, lo que Quiroga pretendía con sus polis de indios.

Por las aulas de este colegio, predecesor de la actual Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, pasaron hombres como Miguel Hidalgo y Costilla, iniciador de nuestro movimiento de independencia, José María Morelos y Pavón; Melchor Ocampo, cuyo corazón se conserva en la sala que lleva su nombre, y Samuel Ramos; y han impartido cátedra hombres como Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia, Diego Rivera, Ernesto Cardenal, Pablo Neruda y Aníbal Ponce, entre otros hombres ilustres.

Los egresados nicolaitas sostenían un cuerpo de ideas comunes que pueden resumirse en los siguientes lineamientos básicos, primero, mejorar las condiciones de vida de los hombres, que llevado a su última instancia se convirtió en evitar la explotación del hombre por el hombre. Segundo, perpetuar y desarrollar los principios de justicia, libre autodeterminación de los pueblos, no intervención de unos en los asuntos internos de otros, y solución pacífica de las controversias, en un marco de tolerancia y pluralismo, libertad y democracia; recordar que los tronos se afirman por la justicia y para tener presente que un reino sin justicia no es más que una cuadrilla de asaltantes; establecer un trato igual entre los iguales y un trato desigual entre los desiguales; procurar que el excedente producido por la sociedad sea distribuido por los representantes de ésta en beneficio de la propia sociedad, no de unos cuantos; proteger al inocente, amparar al necesitado y levantar al caído; repartir dones a los que carecen de ellos.

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