Asakhira
Explorando territorios Patricia @révalo
Vamos siendo nuestra propia isla,
arriesgando leyendas
sobre los límites del mundo ...
                           Teresa Melo, Cuba


3.1.05  :: 01:12

Yo quisiera, si pudiera,
ponerle puente a la mar,
para que la vida mía
dejara de navegar.

Hace apenas unas semanas, mi amorcito marinero viajaba por el sudeste asiático en plan de moderno Marco Polo. Tailandia le había encantado y habíamos cruzado misivas que hablaban de pasar allá algunos días juntos. El 26, mientras le esperaba en el aeropuerto, escuché a través de los televisores la noticia del terremoto y del tsunami que esa mañana habían devastado la zona y la costa oriental de África. Para cuando al fin apareció él frente a mí, la imaginación ya me jugaba rudo.

Conforme la magnitud del desastre fue creciendo hasta alcanzar hoy la incomprensible cifra de 144,781 decesos - más los que faltan -, vi cada vez con más pena a los que buscan a sus seres queridos entre los muertos.

También con mayor gozo le vi a él despreocupado. Le vi reír, comer, beber, dormir, y de sólo verle, a él tanto como a los otros que amo, fui feliz. Y aunque entiendo que la catástrofe - catalogada ya como uno de los peores y más destructivos desastres naturales de la historia moderna - fue lejos, muy lejos, no pude dejar de considerarme afortunada de tenerles cerca y de vivir donde vivo, y sentirme sensible y compasiva. Una semana más, una semana menos, y una noticia así puede trastornar mis días y mis afectos.

Uno comprende muy poco, cuando mucho que la vida es breve, frágil y preciosa; y que muchas son las cosas que la amenazan y muchas otras las que la entorpecen. Que es por eso un privilegio poder abrazarnos mutuamente y compartirnos y navegar juntos un tiempo.

Miles de seres queridos han muerto - hijos, padres, esposos, hermanos, novios, amigos. Mucha gente ha perdido sus viviendas. Los equipos de rescate trabajan contra el tiempo, el agua y el calor para rescatar los cadáveres en descomposición de entre el lodo y los escombros, y así dar consuelo a los deudos que ya no encontrar sobrevivientes. Los cuerpos se amontonan en improvisadas morgues. Los supervivientes son millones de damnificados despojados y doloridos a los que amenazan las replicas, la lluvia, el hambre y los brotes de cólera y malaria. Eso no es todo, también se han perdido infraestructura, trabajadores y trabajos. Los que murieron eran pescadores, masajistas, campesinos, gente de la que abunda en los puertos y en las playas, turistas. Arruinadas quedaron la floreciente industria turística, la pesquera y la camaronera, principales fuentes económicas de esas regiones. Arruinado quedó el ecosistema. El desastre tendrá efectos personales y regionales - incluso globales - a largo plazo.

Once son los países directamente afectados por el fenómeno. A ellos habría que sumar los países nórdicos con sus miles de ciudadanos desaparecidos. Tan sólo los suecos cuentan más de 2,900 de ellos. En Tailandia se prevé que serán millones de europeos los que en consecuencia cancelarán sus viajes.

El efecto "Tsunami".

Olas de hasta diez metros de altura y la presión de millones de toneladas de agua, dos horas y media después del terremoto de 9.0 grados Richter frente a la isla de Sumatra, que llegaron varios kilómetros tierra adentro siguiendo el curso de los ríos.

La experiencia demuestra que la tecnología nos hace sordos. Que mejor una niña de diez años sabe que después de un terremoto submarino puede venir la marejada. Que lo perciben los abórigenes, y lo presienten los elefantes y también los demás animales. Y que aunque algunos sistemas sísmicos lo detectan y pudieron prevenirlo, los teléfonos no comunican cuando no hay suficiente paga. Los que sobrevivieron la fuerza del oleaje lo hicieron subidos en sus tablas de surf, nadando o aferrados a los árboles.

A pesar de la modernidad, la naturaleza sigue teniendo la última palabra - y el instinto es naturaleza e instinto es alegrarse por los de uno.

¡Hagamos de este 2005 un gran año, que aquí estamos y tenemos todo para ello!

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