« Todo amor es fantasía; él inventa el año, el día, la hora y su melodía; inventa el amante y, más, la amada. No prueba nada, contra el amor, que la amada no haya existido jamás. » Antonio Machado, "Otras Canciones a Guiomar" Recién llegado a Soria como catedrático de francés, Antonio Machado se enamoró de Leonor Izquierdo y de sus trece años cuando él ya tenía cumplidos los treinta y dos. Esperó prudentemente y dos años después se casó con ella. Justo un día después de su tercer aniversario y a pesar de su juventud, Leonor murió víctima de la tuberculosis. Era 1912. En vida no se le conoció otra amada al poeta.
En 1929 publicó Machado sus "Canciones a Guiomar". Tendría él en ese entonces cincuenta y cuatro años y Pilar de Valderrama, que así se llamó la mujer que le inspirara sus más intensos poemas de amor, treinta y dos. Pilar era poetisa y se encontraba casada, por eso el poeta ocultó a todos estar enamorado y su nombre no fue el suyo entre sus versos. Tres años duró también este amor, los que él estuvo en Segovia; aunque nada, ni las cartas que él le dirigió - y de donde años después se la identifico con el pseudónimo poético -, confirme que su pasión fuése algo más que intención, ansiedad y espera. En 1931, Antonio dejó Segovia para ser catedrático en Madrid. Se sabe que ahí se citaban, Pilar y él, secretamente en algún café que él llamó nuestro rincón. El estallido de la Guera Civil los separó definitivamente: primero ella se fue a Lisboa, él después a Valencia, de mar a mar entre los dos la guerra. El nombre de Pilar no se manejó abiertamente sino hasta su muerte, en 1979.
Aparece Guiomar en la vida del poeta ... No sabía si era un limón amarillo lo que tu mano tenía, o un hilo del claro día, Guiomar, en dorado ovillo. Tu boca me sonreía. Yo pregunté: ¿qué me ofreces? ¿Tiempo en fruto, que tu mano eligió entre madureces de tu huerta? ¿Tiempo vano de una bella tarde yerta? (...) Se enamoran... (...) En un jardín te he soñado, alto, Guiomar, sobre el río (...) En ese jardín, Guiomar, el mutuo jardín que inventan dos corazones al par, se funden y complementan nuestras horas. Los racimos de un sueño -juntos estamos- en limpia copa exprimimos, y el doble cuento olvidamos.
(Uno: mujer y varón, aunque gacela y león, llegan juntos a beber. El otro: no puede ser amor de tanta fortuna: dos soledades en una, ni aun de varón y mujer.) Los amantes se alejan y son frecuentes los viajes entre Segovia y Madrid... Tu poeta piensa en ti. La lejanía es de limón y violeta, verde el campo todavía. Conmigo vienes, Guiomar; nos sorbe la serranía (...) El tren devora y devora día y riel (...) Porque una diosa y su amante huyen juntos, jadeante, los sigue la luna llena (...) Juntos vamos; libres somos (...) el pensamiento, libre amor, nadie lo alcanza. Se cruzan cartas... Hoy te escribo en mi celda de viajero, a la hora de una cita imaginaria (...) niña que amaba a su poeta! (...) Todo a esta luz de abril se transparenta; todo en el hoy de ayer, el todavía que en sus maduras horas el tiempo canta y cuenta (...) A ti, Guiomar, esta nostalgia mía. Sobreviene el olvido ... (...) Siempre tu, Guiomar, Guiomar, mírame en ti castigado: reo de haberte creado, ya no te puedo olvidar
Todo amor es fantasía; (...) No prueba nada, contra el amor, que la amada no haya existido jamás.
Escribiré en tu abanico: te quiero para olvidarte, para quererte te olvido.
Te abanicarás con un madrigal que diga: en amor el olvido pone la sal.
Te pintaré solitaria en la urna imaginaria de un daguerrotipo viejo, o en el fondo de un espejo, viva y quieta, olvidando a tu poeta.
Y te enviaré mi canción: «Se canta lo que se pierde», con un papagayo verde que la diga en tu balcón. Este último verso, ligeramente variado, será una de las tres últimas cosas que el poeta apunte antes de morir, en un papel que, días más tarde, fue hallado en su gabán. Éste y un verso del monólogo de Hamlet.

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