Asakhira
Explorando territorios Patricia @révalo
Vamos siendo nuestra propia isla,
arriesgando leyendas
sobre los límites del mundo ...
                           Teresa Melo, Cuba


28.10.05  :: 17:17

Corazón del Cielo

«Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo.

Esta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía.

No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión.

No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia.

Solamente había inmovilidad y silencio en la obscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Gucumatz [Serpientes Emplumadas¹]. De grandes sabios, de grandes pensadores es su naturaleza. De esta manera existía el cielo y también el Corazón del Cielo, que éste es el nombre del Dios. Así contaban.

Llegó aquí entonces la Palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la obscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento.

Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que cuando amaneciera debía aparecer el hombre.

Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los bejucos y el nacimiento de la vida y la creación del hombre. Se dispuso así [que fuera] en las tinieblas y en la noche por el Corazón del Cielo, que se llama Huracán.

El primero [de los Espíritus del Cielo] se llama Caculhá-Huracán. El segundo es Chipi-Caculhá. El tercero es Raxá-Caculhá. Y estos tres son el Corazón del Cielo².

Entonces vinieron juntos Tepeu y Gucumatz; entonces conferenciaron sobre la vida y la claridad, cómo se hará para que aclare y amanezca, quién será el que produzca el alimento y el sustento.

-- ¡Hágase así! ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe [el espacio], que surja la tierra y que se afirme! Así dijeron. ¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra! No habrá gloria ni grandeza en nuestra creación y formación hasta que exista la criatura humana, el hombre formado. Así dijeron.

Luego la tierra fue creada por ellos. Así fue en verdad como se hizo la creación de la tierra: -- ¡Tierra! -- dijeron, y al instante fue hecha.

Como la neblina, como la nube y como una polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua las montanas; y al instante crecieron las montañas.

Solamente por un prodigio, sólo por arte mágica se realizó la formación de las montañas y los valles; y al instante brotaron juntos los cipresales y pinares en la superficie.

Y así se llenó de alegría Gucumatz, diciendo : -- ¡Buena ha sido tu venida, Corazón del Cielo; tú, Huracán, y tú, Chipi-Caculhá, Raxá-Caculhá!

-- Nuestra obra, nuestra creación será terminada -- contestaron.

Primero se formaron la tierra, las montañas y los valles; se dividieron las corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, y las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas.

Así fue la creación de la tierra, cuando fue formada por el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra, que así son llamados los que primero la fecundaron, cuando el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba sumergida dentro del agua. »

Popol Vuh, Cap. I

Tr. de Adrián Recinos del original del siglo XVIII de Francisco Xímenez, que transcribió el manuscrito quiché, ya con caracteres latinos, del siglo XVI.
México, Fondo de Cultura Económica, 1947

1; Traducido así en el Popol Vuh, tr. de Miguel Ángel Asturias y J. M. González de Mendoza de la versión francesa del profesor Georges Raynaud. Buenos Aires, Editorial Losada, 1965
2 El Corazón de Cielo, Huracán, es una trinidad formada por Caculhá-Huracán, una pierna (del cielo), rayo de una pierna o relámpago; Chipi Caculhá, rayo pequeño; y, Raxa-Caculhá, rayo verde o trueno.

El relato del génesis de la cosmogonía maya-quiché continua después de este primer capítulo del Popol Vuh, con la creación de los animales y con la creación de la raza humana, sin pasar por alto los intentos fallidos de los dioses por crear seres obedientes que pudieran hablar y alabarles, sostenerles y alimentarles. Cuatro razas de ellos debieron crear para que nacieran los actuales hombres. En todo este proceso es el dios Huracán - electricidad, sonido y viento -, el Corazón de Cielo, el que transformó la energía en elementos físicos y en vida, según La Palabra y el pensamiento de Los Progenitores - Tepeu y Gucumatz - y siguiendo el consejo de los hermanos Ixpiyacoc e Ixmucané.

Los huracanes son las tormentas tropicales ciclónicas con vientos superiores a los 118 km/hr que golpean las costas de América del centro al norte. Las que se forman en los Océanos Pacífico Sur e Índico son llamadas ciclones; tifones las que se forman en el Pacífico Norte (en chino, tái feng, gran viento); baguios en Filipinas y en Australia, willy-willies. Llámense como se llamen, éstas son las tormentas más fuertes sobre la Tierra. Se originan alrededor del Ecuador entre los 8 y 20º de latitud y al desplazarse golpean los continentes sobre sus costas orientales.

Las nuestras, los huracanes, nacen en las costas occidentales de África y se deben a la temperatura cálida que alcanza la superficie del Océano Atlántico (una profundidad de 60 metros de agua por encima de los 26.5º) durante los meses de junio a octubre en la franja entre la línea del Ecuador y el Trópico de Cáncer.

Los vientos alisios, que corren hacia el Oeste en esa misma franja y son fríos, elevan los vapores de agua que a su tiempo se condensan en nubes que, por el movimiento rotatorio de la tierra y el empuje de los vientos (efecto Coriolis), se arremolinan a la vez que cruzan el Atlántico montadas en un sistema cinético de masas de aire de diferentes temperaturas que les hace alcanzar velocidades furiosas y formar una pared cilíndrica de nubes densas que es el ojo del huracán.

Desde siempre las civilizaciones que han poblado las tierras de América Central han sufrido los efectos de los huracanes, no sólo viento y lluvia sino también la furia del mar provocada por el ciclón.

Fe de ello dan las leyendas mayas trasmitidas por tradición oral que en el siglo XV se recogieron en el Popol Vuh y en los Libros del Chilam Balam, « quienes estaban en la playa quedaron enterrados en las olas del mar. En este Katum se produjo una avalancha de agua, y en el día Cimi todo terminó »; y las representaciones gráficas halladas en el código Dresdén de dos tormentas devastadoras que quedaron relacionadas con sendos eclipses solares. Sin embargo, es sólo a partir de la época colonial que se llevan registros de los meteoros.

El 29 de junio de 1502, Cristóbal Colón dio aviso a Francisco de Bobadilla de que se avecinaba el primero registrado. Antes del Nuevo Mundo, ninguna flota había enfrentado una tormenta ciclónica. Los mares eran sólo siete y ahora se descubrían cincuenta y cuatro. El aviso fue ignorado - se le supuso un temporal corriente - y la flota que partía a España se hundió en el Canal de la Mona con unos 500 hombres y 20 de 33 buques cargados de oro. Asimismo, el huracán destruyó la recién fundada villa de Santo Domingo en la isla de La Española (hoy Haití y República Dominicana), la primera ciudad con arquitectura europea en América.

A partir de entonces, cada colonia registró las tormentas tropicales y los huracanes que la afectaban dándoles un número consecutivo según el sitio y el año. Los más memorables recibieron el nombre del Santo del día en que causaron los mayores estragos.

Por ejemplo, se guarda registro del San Leoncio que azotó la isla de La Española el 12 de septiembre de 1615; del llamado Santa Ana, que el 26 de julio de 1826 golpeó Puerto Rico; y del cordonazo de San Francisco de Borja que golpeó Cuba el 10 de octubre de 1846. Asimismo se sabe que el huracán #5 de 1856 registrado en Sagua La Grande, jurisdicción de Cuba, provocó el naufragio de 8 buques de travesía y 14 de cabotaje en Isabela de Sagua y de otros 11 en Caharatas y Las Pozas.


1902 Postal de Isabela de Sagua, la Venecia de Cuba.

Desafortunadamente la información que de esos años pudiera ser más valiosa no está en los registros de tierra, dedicados sobre todo a la relación de daños y sólo de modo local, inconexo (las noticias en ese entonces no viajaban en rayos) y con grandes interrupciones; sino en las bitacoras de los navegantes, naturalmente más atentos a las condiciones atmosféricas; pero de las que muy pocas sobrevivieron al embate de los huracanes.

Sin embargo, precisos o no, registros y bitácoras sobrevivientes conforman un acervo de datos que permite a los investigadores actuales reconstruir la historia de las tormentas del pasado a fin de entender los patrones que siguen estos fenómenos, determinar su frecuencia, trayectoria, variaciones y posibles futuras alteraciones.

Por ejemplo, de una bitacora de viaje se desprende que el 25 de agosto de 1775 una tormenta se dirigía a Barbados. Un periódico da cuenta de que el 28 de ese mismo mes una tormenta azotaba a Santo Domingo. Cuba registra que el 29 una tormenta causó grandes estragos. Bahamas lo hace el día 30. El día 2 de septiembre se registra una tormenta en Carolina del Norte. El 3 en Filadelfia y el 5 en Quebec, donde desaparece.

De otros de estos registros se sabe que el huracán más terrible de la historia es el llamado Gran Huracán, que azotó a las Antillas a mediados de octubre de 1780 dejando un saldo de 22,000 muertos, 9,000 en la Martinica, 5,000 en St. Eustatius y 4.326 en Barbados, más miles más en el mar. Ese mismo mes otro huracán ya había cobrado 1,115 vidas, y hubo otro más cobraría 2,000.

Recientemente, un grupo de investigadores españoles logró rescatar del Archivo General de Indias datos de 70 huracanes no incluidos en ninguna otra cronología y datos sobre otros que ya se conocían, todos ellos ocurridos entre los siglos XVI al XIX.

Los datos analizados sugieren que la frecuencia de los huracanes aumenta o disminuye dependiendo del comportamiento del Océano Atlántico y que esta oscilación ya se observa desde los más antiguos registros. « Tanto es así que los cronistas Bartolomé de las Casas y Gonzalo Fernández de Oviedo narraban que desde que habían llegado los cristianos a esas tierras había menos huracanes y después, cuando éstos vuelven a aumentar, lo atribuyen a los pecados », comenta García Herrera, profesor titular de Física Atmosférica en la Universidad Complutense de Madrid.

Interesante es la observación que su equipo hace de que los huracanes no son tan frecuentes en los años en que se produce el fenómeno llamado El Niño; tanto como el comentario que hace Cristian Farizano y algunos heliometeorólogos sobre la relación de los huracanes con la actividad solar y las manchas solares. Ambos investigadores basan sus apreciaciones en estudios de paleotempestología, que no sólo estudia los registros de los recientes siglos, sino las evidencias en las capas de sedimentos de las zonas azotadas por este fenómeno.

La primera vez que se alertó al público sobre la llegada de un huracán, fue en 1870 desde el observatorio del Colegio de Belén, en la Habana. Pero no fue sino hasta 1909 que gracias a la transmisión desde un buque se lograron salvar vidas.

El Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos en Miami, que hoy es la autoridad en la materia, fue creado en 1898 durante la guerra entre España y los Estados Unidos. William McKinley, el presidente norteamericano en lider de aquel conflicto, declaró temerle más a los huracanes que a la misma flota española.

El actual sistema de nomenclatura de los ciclones tropicales se debe a que, cuando surgieron las telecomunicaciones, se dieron cuenta de que era infinitamente más fácil y menos confuso darle un nombre corto al fenómeno que transmitir su ubicación (longitud y latitud) cada vez que a él se referían; además, así quedaba identificado de un modo único durante toda su trayectoria de modo tal que no importaba si otros estaban sucediendo en forma simultánea.

El tinte irónico se lo dio un pronosticador australiano que a principios del siglo XX empezó a identificar a los ciclones con políticos locales que no eran de su agrado; y el toque femenino se lo dieron los meteorólogos militares de la segunda guerra mundial que operaban en el Pacífico, que comenzaron a ponerle el nombre de sus madres, esposas y novias a los sistemas meteorológicos que analizaban en los mapas del tiempo para las campañas navales. La correción política se hizo en 1979, cuando se admitió que los señores meteorólogos no eran ni tantito menos tortuosos que sus señoras madres, esposas y novias.

En la actualidad para nombrarles se cuenta por región marítima con seis listas diferentes de nombres cortos en orden alfabético para seis años consecutivos tras los cuales vuelven a repetirse, reemplazándose por otros los nombres dados a tormentas ciclónicas que hayan causado grandes daños.

En el caso de los ciclones tropicales procedentes del Océano Atlántico, cada lista es de ventiun nombres en español, inglés y francés: los tres idiomas que se hablan en el Caribe. Y son ventiuno porque ése fue el número de ciclones que se formaron en 1933, la temporada más activa de la que se tuviera registro. Si se sobrepasaba ese número se utilizarían las letras del alfabeto griego.

Con Wilma este año, la marca fue empatada, así como la de doce ciclones convertidos en huracanes establecida en 1969; además de romper el récord de baja presión. Alfa, la tormenta ventidos, hasta ayer había provocado en la isla de La Española la muerte de 26 isleños y hoy Beta, la ventitres, sigue haciendo llover sobre lo mojado. Amenaza con convertirse en el huracán número trece y abatir Nicaragua y otra vez Guatemala.

Upd: Hoy 29, Beta amaneció huracán y está pegando sobre las islas colombianas Providencia y Santa Catalina. Ésta es ya la más intensa temporada de ciclones en el Atlántico.

Eso más lo que se acumule en las próximas semanas. Hasta el 30 de noviembre termina la temporada.

Ójala termine, porque en otros planetas parece que pasan cosas extrañas. Las tormentas ciclónicas no son exclusivas de la Tierra. Suceden también en los planetas gaseosos de nuestro sistema solar como lo son Neptuno y Saturno; y en Júpiter, la más famosa de ellas, la Gran Mancha Roja, descubierta en 1664 por el astrónomo británico Robert Hooke, con vientos de hasta 400 kilómetros por hora y un diámetro dos veces mayor que el diámetro terrestre, lleva ya "lloviendo" más de 340 años. ¿Qué estará cocinando?

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