Asakhira
Explorando territorios Patricia @révalo
Vamos siendo nuestra propia isla,
arriesgando leyendas
sobre los límites del mundo ...
                           Teresa Melo, Cuba


28.2.05  :: 11:15

El servidor de mi empresa, donde alojo todas las fotos que muestro en este blog, amaneció malito, irascible y con síndrome de forbidden. Por eso a estas horas sólo se ven cruces y huecos donde debieran aparecer las imágenes que adornan a Asakhira. Y como en Tijuana amanece siempre más tarde, y de allá es mi Internet Service Provider - una maravilla por sólo 55 dólares anuales a la que sólo se le cae el servicio un lunes sí y otro también -, pues aún no hay quien atienda, pero hoy esto no es una tragedia (no me estoy mordiendo las uñas).

No después de haber leído anoche, noche de domingo, una visión del mundo y la historia de el ladrón de Shady Hill, de John Cheever.

Me gusta el sabor melancólico de la esperanza que él captura en estos dos cuentos. Una esperanza solitaria, agridulce, reducida; clasemediera, dicen, ... o de gente que como yo, se esfuerza por seguir siendo media, atrapada entre sus sueños y sus realidades, que hace sólo lo que puede hacer, lo cual no es ni poco ni vano, aunque casi nunca sea ni real ni suficiente.

« ... mi esposa estaba triste.
- ¿Qué pasa, querida? - pregunté.
- Tengo esa terrible sensación de que soy un personaje, en una comedia de televisión -dijo-. Quiero decir que mi aspecto es agradable, estoy bien vestida, tengo hijos atractivos y alegres, pero experimento esa terrible sensación de que estoy en blanco y negro y de que cualquiera me puede apagar. Es sólo eso, que tengo esa terrible sensación de que me pueden borrar. - Mi esposa a menudo está triste porque su tristeza no es una tristeza triste, y dolida porque su dolor no es un dolor aplastante. Le pesa que su pesar no sea un pesar agudo, y cuando le explico que su pesar acerca de los defectos de su pesar puede ser un matiz diferente del espectro del sufrimiento humano, eso no la consuela. Oh, a veces me asalta la idea de dejarla. Puedo concebir una vida sin ella y los niños, puedo arreglarme sin la compañía de mis amigos, pero no soporto la idea de abandonar mis prados y mis jardines. No podría separarme de las puertas del porche, las que yo reparé y pinté, no puedo divorciarme de la sinuosa pared de ladrillos que levanté entre la puerta lateral y el rosal; y así, aunque mis cadenas están hechas de césped y pintura doméstica, me sujetarán hasta el día de mi muerte. Pero en ese momento agradecía a mi esposa lo que acababa de decir, su afirmación de que los aspectos externos de su vida tenían carácter de sueño. (...) Me complacía pensar que nuestra vida exterior tiene el carácter de un sueño y que en nuestros sueños hallamos las virtudes del conservadurismo.
», John Cheever, Una Visión del Mundo, traducción de Aníbal Leal.

... y bueno, ¡a darle al lunes que hay cuentas por pagar!

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25.2.05  :: 02:14

Yo lo leí, pero no hizo eco en mí sino hasta que me lo señalaron: Los objetos en el espejo, están más cerca de lo que parecen.

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24.2.05  :: 01:46

Pecadillos con fecha de caducidad

« La Suprema Corte de Justicia mexicana falló este miércoles que ha prescrito la acusación de genocidio contra el ex presidente Luis Echeverría (1970-1976) por la represión de una manifestación en junio de 1971 », El Economista. ¡Pues sí! Si eso fue, uh, hace tanto. ¿Cómo extrañarse después de lo que pasó con las muertas de Juárez?

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22.2.05  :: 10:36

Cuentos de la tradición Sufi

« Ayunar es una forma de ahorrar en comida.
La vigilia y la oración son labores para la gente vieja.
El peregrinaje es una ocasión de hacer turismo.
Dar pan de limosna es algo para los filántropos.
Enámorate:
¡Eso es hacer algo!
»
Ansari

Bahlúl el Sabio Tonto, se encontró casualmente un día con el Califa Harún al-Rashíd.
- ¿De dónde vienes así, Bahlúl? - le preguntó el gobernante.
- Del infierno - fue la pronta respuesta.
Harún, asombrado le hizo otra pregunta:
- ¿Qué estabas haciendo ahí?
Bahlúl explicó:
- Se necesitaba fuego, señor, así que pensé en ir al infierno para preguntar si les sobraba un poco. Pero el individuo que estaba a cargo ahí dijo: "No tenemos fuego aquí". Por supuesto pregunté "¿Cómo va a ser? ¿No es el infierno el lugar del fuego? Su respuesta fue: "Te digo, en verdad no hay fuego aquí abajo. Cada uno trae su propio fuego consigo cuando viene".

En completo asombro, Harún al-Rashid hizo aún otra pregunta:
- Dímelo, Bahlúl ¿qué debería yo hacer para no llevar fuego allí abajo?
Bahlúl, el Sabio Tonto, desapareció a toda prisa gritando "Justicia... justicia... justicia..."

Sheikh Muzaffer


Nasrudin, el mulah [otro sabio tonto], fallecía de hambre cuando pasó por una aldea y escuchó que un rico terrateniente agonizaba.
- Soy doctor - les dijo a los aldeanos -, llevádme a su lado.
Una vez ahí, le tomó el pulso al enfermo y pidió una comida con pasas, pan y queso de cabra frescos. Los sirvientes se la trajeron y se fueron. Nasrudin comió los alimentos y rogó a Dios por el viejo.
Justo cuando dejaba la villa, el hombre murió.
- Tu remedio resultó contraproducente - le increparon los aldeanos.
- Agradeced - replicó Nasrudin -, si no hubiese sido por mi remedio, serían dos los que hubiesen muerto.


***

Otro día Nasrudin llegó a un pequeño pueblo donde fue invitado a dar un sermón. Él, que en verdad no sabia que decir, se propuso improvisar algo y así salir del atolladero. Entró muy seguro, se paró frente a la gente, abrió las manos y dijo:
- ¿Cuántos de ustedes saben lo que tengo yo hoy que decirles?
Nadie dijo nada porque nadie tenía idea. Entonces Nasrudin dijo:
- Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber qué es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo - y se fue.

La gente quedó sorprendida y le dio la razón. Así que le solicitaron que diera un segundo sermón.

Nasrudin, después de mucho empeño de los que insistían, accedió. Al día siguiente regresó, se paró frente a ellos y preguntó:
- ¿Cuántos de ustedes saben lo que tengo yo hoy que decirles?
Todos levantaron la mano esta vez.
- ¡Bien! Si todos ya saben qué es lo que tengo que decirles, no veo la necesidad de repetirlo - y se volvió a ir.

La gente quedó estupefacta. "¡Brillante!", dijeron y se propusieron invitarlo una tercera vez.

Una delegación de los notables fue a ver a Nasrudin, quien dijo que no, que de ninguna manera, que él no tenia conocimientos para dar tres sermones y que, además, ya tenia que regresar a su ciudad de origen. Pero al final lograron persuadirlo y Nasrudín fue ante ellos al siguiente día por última vez.
- ¿Cuántos de ustedes saben lo que tengo yo hoy que decirles?
Esta vez la gente, puesta de acuerdo, levantó la mitad la mano y la otra mitad, no.
- ¡Maravilloso! - dijo Nasrudin - En ese caso, los que saben... cuéntenles a los que no saben - y dicho esto se fue a casa.

El sufismo es una religión mística de origen persa con raíces en el Islam, aunque hay quienes lo consideran incluso anterior a éste.

Es la religión de la inmediatez. Su filosofía es la de lo relevante en el aquí y el ahora. Son devotos de lo absurdo y detractores de los dogmas. Su búsqueda es la de la verdad que sólo se encuentra mirando adentro de uno mismo, porque nada está afuera, aunque se esté en el mundo.

Conscientes de la imposibilidad de transmitir su sabiduría mística en lenguaje común, adoptaron el uso de la parábola poética para indicar que la verdad de La Vida yace detrás de sus múltiples apariencias. Los personajes de sus historias son casi siempre los mismos maestros que han corrido siglos de aventuras. Nasrudin, por ejemplo, el malhumorado mulah, fue en la realidad un maestro que vivió en el s.XIII en Persia y que se convirtió en uno de los más típicos de los llamados "Sabios Tontos": independientes, ingeniosos, surrealistas, cuyo talento es la supervivencia, porque para sobrevivir se requiere estar atentos a La Vida.

El sufismo es rico no sólo en cuentos y parábolas, también lo es en poemas. Mawlana Jalal'ud-Din Rumi es uno de los más importantes y antiguos.

« La brisa de la mañana guarda secretos para ti
No te vayas a dormir.
Debes pedir lo que realmente quieres
No te vayas a dormir.
La gente va y viene a través del umbral
Donde los dos mundos se tocan
No te vayas a dormir.
»
Rumi


  • El Amor es el Vino, libro en línea sobre sufismo del mismo Sheikh Muzaffer Ozak Al-Yerrahi Al-Halveti.
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21.2.05  :: 01:36

La misma mujer es asesinada una y otra vez. Muere la misma mujer ultrajada una y otra vez. Sus carnes son heridas, apuñaladas, golpeadas, una y otra vez. Disparos, asfixia, tortura, una y otra y otra vez.

El móvil es uno solo: la víctima es mujer.

Los asesinos no son uno ni dos ni una banda; sino muchos, dispersos, sin nexos entre sí. Su único común denominador es que todos ellos creen tener el derecho, el que les concede la fuerza, la pistola y la trampa, a satisfacer sus irrefrenables deseos con el cuerpo y la vida de esa mujer, criatura desgraciada.

Alguno empezó y no se le castigó. Los otros aprendieron que para resolver una bronca de novios, hay que matarla; una pelea de pareja, hay que matarla; un "no" y hay que matarla. ¿Para qué preguntar? Se la sube a una camioneta, se la viola y se la mata. Eso es lo que hacen los ruines ahí, en Ciudad Juárez.

Para frenar esta conducta no es suficiente hallar a los culpables de asesinato y para ello ser diligentes en la investigación y sanción de casos de violencia contra mujeres. Es también necesario evitar que se reproduzca más esta concepción perversa de lo que es la relación mujer-hombre, que es la más antigua culpable de este crimen que está sucediendo allá en Ciudad Juárez, pero también en otras partes del mundo, una y otra y otra vez.

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19.2.05  :: 00:19

¿Qué es el silencio? No sé bien, amor, pero quizás sea esto que frente a ti me pasa. Esta estación del alma donde los rumores del mundo no distraen y en la que las ideas que ululan impertinentes por los pasillos de la mente se acallan, sólo porque que estoy yo contemplándote. ¿Que si te escucho? No lo sé, amor, ¿es importante? Me ocupas, me ocupas toda. Mejor tócame. Quizás entonces recuerde que yo soy yo y no soy tú que te miras desde afuera de tu cuerpo.

Que, ¿qué es el silencio? El silencio no existe o sólo existe en el vacío o sólo existe en lo profundo del mar, mar de aguas o mar interno, donde las ondas llegan lentas y uno escucha sin que medien los oídos a su corazón que late. En silencio el tiempo es líquido.

Cierra ya mis ojos con tus besos. Tus ojos que son míos.

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16.2.05  :: 12:19

Tlacotalpan III


Mi Abuela en Traje de Novia, del autor tlacotalpeño Alberto Fuster

Hay lugares de la tierra que a uno se le van convirtiendo en míticos. Tierras de las que uno poco a poco va sabiendo a partir de relatos, descripciones, anécdotas y hasta ficciones y leyendas - recogidas unas voluntariamente, otras por coincidencia, unas de viva voz, otras de las letras; tierras que se van perfilando en las fronteras de nuestro imaginario a cada nuevo saber de ellas; tierras que capturan nuestra atención y que luego, cada vez que son mencionadas es como si nos aludieran; tierras que emergen en el universo de nuestras fantasías; tierras cuya noción resuena con eso ignoto que uno lleva dentro.

Así fue como Tlacotalpan me llevo hacia ella.

Para hacerlo, me prometió su belleza y me prometió sus fandangos.
Me prometió la hermosura de sus calles, plazas y casas - pueblo por donde el tiempo anda de puntitas para no despertar a nadie cuando pasa -, un cielo azul cielo, el reflejo fulgente del sol sobre su río inmenso y el murmullo del aire cuando atraviesa las palmas.
Me prometió alboradas festejadas por orquestas de pájaros y tardes de aguardiente y viento cálido; y noches atiborradas de estrellas, plenas de sones de la tierra y de espíritu de muchachos; de andar libre hasta el amanecer por sus calles y plazuelas escuchando el taconeo del zapateado.

Todo fue cumplimentado.

Todo eso me fue dado y aún más. Ahí he hecho mías, la certeza de que para subir al cielo se necesita nada más que dejarse arrebatar por el son que tocan en torno más de veinte jaranas y alguna leona que, sin que medie ensayo, suenan como una sola; la memoria de un beso dado al abrigo de sus portales de medio punto, y la calidez de una mano de hombre que sostiene la mía, en la iglesia a la madrugada; la aventura de perseguir junto a tres camarógrafos la mejor toma de su virgen paseando en lancha y el jolgorio de acampar como gitanos todos los amigos y amigas en el cuarto rentado a una casa, porque escasea la posada y además dormir no es sensato; la visión de una morena que zapatea enfundada en su falda azul celeste a la cadera y blusa verde loro, y la de la doña que baila celosamente con ella, también engalanada para esta fiesta genuinamente suya. También me he traído el anhelo de aprender a zapatear para subir a la tarima la madrugada de alguna otra noche de fandango.

Pero Tlacotalpan es para mí aún mucho más que el frenesí y la gallardía de los jaraneros durante su encuentro.

Es un poblado mágicamente hermoso, tanto que sobre sus casas pesan reglas de ésas que pretenden impedir los avatares del tiempo.

Pero lo que más me atrae de ella, cuando no son días de fiesta, es su silencio. Es como un inmenso monasterio con sus plazas asoleadas rodeadas de arcadas multicolores bajo un cielo azul perfecto.

Me ha gustado caminar al medio día sus calles abandonadas, gozando del fresco que ofrecen los largos corredores que forman los pórticos de sus casas, y dejar resbalar la mirada por los balcones abiertos que le entregan a uno la visión de las estancias de hogares que parecen de antaño, con sus mecedoras y sillas de bejuco, sus fotografías de ancestros, y porcelanas y objetos varios de una época en la que el puerto estaba en apogeo. En algunas casas hacen dulces de mazapán típicos. Es un placer entrar en ellas so pretexto y atisbar los patios interiores donde abundan los helechos.

Además de belleza y fandango, además de paz y silencio, una cosa más he recibido de Tlacotalpan: un contexto, desde el cual sopesar quién soy y qué siento. Por eso no me extraña que un bohemio como Agustín Lara la hubiera escogido por cuna.

Cuando uno tiene el alma bulliciosa y bailadora y no comprende porqué el presente no es perpetuo y tiene la sonrisa fácil que le regala cierto desparpajo y la convicción de que la alegría es vida, y encuentra ésta por todos lados y aún más vibrante en el silencio, cuando en la cabeza le dan vuelta versos, es porque se tiene jarocha el alma.


Tlacotalpan IV

Tlacotalpan, la "tierra entre aguas", fue aún en tiempos de la colonia una isla fluvial a la vera del río de las mariposas, el Papaloapan, que con uno de sus brazos, El Chiquito, la rodeaba. Luego éste se secó y la isla quedó unida a tierra firme, pero siempre sometida a las calamidades y fortuna que el río, su caudal y tanta lluvia le deparan. Su clima es casi siempre cálido y soleado, menos cuando entran los nortes, masas de aire polar que lo alteran entre húmedo y fresco hasta vientos torrenciales y aguaceros.

En el siglo XVI la isla recibió de parte de los colonizadores el nombre de La Candelaria. Aún hoy bajo ese nombre se la conoce a su patrona, la Virgen, a quien le fueron reservados los honores que antes los indígenas dieron a una deidad femenina cuyo nombre se desconoce, como es pasearla por el río para pedir el favor de una buena pesca y que evite las inundaciones.

El poblado ribereño fue primero sometido por los aztecas, a quienes se les tributó con exoticidades del entorno: manojos de plumas de papagayo, cántaros de liquidámbar, cacao, cueros de tigre, dientes de lagarto y piedras preciosas. Luego se convirtió en un pueblo de indios, cuando a su alrededor se establecieron las encomiendas; y en uno de los más importantes puertos coloniales cuando éstas se convirtieron en las productivas haciendas de las Llanuras de Sotavento. Hoy su rostro es el de una hermosa señorita avejentada cuya juventud transcurrió durante el porfiriato.

Cuando Porfirio Díaz asumió el poder - gracias al Plan de Tuxtepec que fraguó estando avecinado en Tlacotalpan -, elevó al pueblo a la categoría de ciudad y la remodeló. Fraccionó las antiguas haciendas rayanas y, para que la ciudad fuera el lugar de residencia de los nuevos colonos, proyectó sobre la estructura colonial que tenía la ciudad de indios - destruida en múltiples ocasiones por el fuego - el casco urbano que aún hoy se preserva. De ese entonces datan los primeros portales y el trazó de sus anchas calles, algunas de las cuales, aún están cubiertas de pasto. Y es que la ciudad es pequeña, tanto que se la puede cruzar caminando y por eso no tiene tráfico de autos, excepto en la ribera.

Las casas son de una sola planta, la mayoría de ellas porticadas, con pisos de marsellesa, balcones enrejados y elevados techos de dos aguas cubiertos con rojas tejas; pintadas sus fachadas con estallidos de alegría de colores azul, verde, crema, rosa, amarillo, que compiten con la exuberante naturaleza que les rodea.

El puerto ribereño perdió importancia cuando el Ferrocarril del Istmo, promovido por el mismo Don Porfirio, proporcionó un modo de transporte más eficiente para las mercancías, y luego las industrias lo abandonaron después de la última gran inundación que sufriera Tlacotalpan por allá de 1960. Hoy el único bullicio es el de los pescadores en el muelle, que muy de mañana ofrecen lo que durante la madrugada el generoso río les proporcionó de pesca; y el de los parroquianos ya en la tarde que se congregan en el malecón a tomar cerveza y comer mariscos.

La calma se rompe cuando hay fiesta. Entonces la ciudad despierta de su plácido sueño tropical para desbordarse.

La más importante es la de La Candelaria, durante la cual se lleva a cabo simultáneamente el Encuentro de Decimistas y Jaraneros, al que se dan cita todos los que por tradición o por afición gustan de la métrica y del son jarocho, oriundos y fuereños. Entonces, con euforia colectiva, durante tres días, las plazas se llenan de música y poesía, la ribera de puestos de feria, las aguas del río de barcas y cayucos, las iglesias de creyentes, las calles de vecinos y paisanos de pueblos y ranchos aledaños; y las cantinas se atiborran de borrachos que aturden a gritos, excitados por el ron y por una música insulsa y estruendosa tras haber hostigado hasta la muerte a toros mansos.

Quizás hacer cruzar el río a seis toros, no de lidia, tuvo sentido cuando eran vaqueros los que se así se unían al festejo de la Virgen protectora de los pescadores; pero de seguro no llegaban ni a mil, ni vestían camisetas rojas ni los lazaban para pegarles o para punzarles como lo hacen ahora.

Una de esas mañanas abandoné el fandango y me fui al mercado a desayunar unas ricas picadas. Mientras esperaba, a mi mesa se sentaron cuatro damas vecinas de la ribera a las que pregunté cómo en sus años mozos habían vivido la fiesta. Me hablaron de jaranas y de tarima, no sólo ahí sino en sus pueblos y fiestas de familia. Un par de ellas con satisfacción recordó haber marchado primorosamente vestidas de jarochas en La Cabalgata con que dan inicio los festejos (algún problema tenían para recordar en qué años, sólo calculaban más de veinte). Otra de ellas habló de haber cabalgado entre los toros llevados a la fiesta. Era hija de un veterinario acostumbrada a participar de las faenas de la crianza, no vaquera de fin de semana y sí, también estaba escandalizada por lo que ahora este asunto de los toros era.

Algún pelo debía de tener la sopa.

La otra fiesta es en diciembre, cuando yendo "De Parranda", se canta de casa en casa "La Rama". Versos, algunos improvisados, que anuncian el nacimiento de Jesús y que cuando son bien recibidos, se festejan fandangueando.


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14.2.05  :: 05:21

Amor(,) sin ti-no


Soneto
de Sor Juana Inés de la Cruz

Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco.

A quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro,
y al que le hace desprecios, enriquezco.

Si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí, ofendido;
y a padecer de todos modos vengo,

pues ambos atormentan mi sentido:
aquéste, con pedir lo que no tengo;
y aquél, con no tener lo que le pido.


Ajedrez
de Rosario Castellanos

Porque éramos amigos y, a ratos, nos amábamos;
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.

Pusimos un tablero enfrente de nosotros:
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de movimientos.

Aprendimos las reglas,
les juramos respeto
y empezó la partida.

Henos aquí hace un siglo, sentados, meditando
encarnizadamente
cómo dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.


La penumbra del cuarto
de Coral Bracho

Entra el lenguaje.

Los dos se acercan a los mismos objetos. Los tocan
del mismo modo. Los apilan igual. Dejan e ignoran
las mismas cosas.

Cuando se enfrentan, saben que son el límite
uno del otro.

Son creador y criatura.
Son imagen,
modelo,
uno del otro.

Los dos comparten la penumbra del cuarto.
Ahí perciben poco: lo utilizable
y lo que el otro permite ver. Ambos se evaden
y se ocultan.



¡Feliz festejo de San Valentín!
Que el amor atine
Que el amor no muera
Que al amor no lo matemos


Dream, Prasenjit Laha (India)
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9.2.05  :: 13:01

Tlacotalpan II

Veracruz no es un estado de México, Veracruz es un estado del alma que se le cuela a uno lento en cada inspiración de aire húmedo y caliente exhalado por su tierra, lánguida y exuberante. Aire en el que se condensan el aroma del café de sus montañas, perfumes de maderas, dulzor de mangos maduros y el olor de los cañaverales; que porta brisa marina, risa pícara, cadencia de olas y notas de sus sones.

Veracruz es un estar presto a dejar escapar a los granos de arena de la esclavitud a la que los mantiene sometidos dentro de un reloj el tiempo, y dejar que noche y día fluyan como se suceden las mareas. Es dejar que en las pupilas brille el reflejo de los luceros mientras la mente divaga buscando el verso perfecto. Es transpirar mar interno y sincopar los deseos. Es caminar sin prisa y sentarse a tomar el fresco. Es ensuciarse los dedos pelando camarones y dejar que escurra de la boca el jugo de la fruta. Es vibrar con abandono. Es el corazón que late ensanchado ante la naturaleza fecunda.


De cómo se llega.

El antiguo Camino Real que lleva de la ciudad de México a Veracruz y su puerto es un doble subibaja de montañas adornado con volcanes, espaciado y rematado por sendos e interminables caminos rectos. La suya es una ruta de ciudades coloniales. Primero se llega a la señorial Puebla. Luego, tras el velo de niebla que cubre las borrascosas cumbres veracruzanas, aparece en su valle, Orizaba. Seguidita está Córdoba con sus calles que parecen toboganes, fundada para que los intereses reales no se vieran más afectados por la rebelión del negro Gaspar Yanga, príncipe africano que acaudilló durante casi cuarenta años a los negros cimarrones escondidos en las montañas. Rebelión que concluyó cuando él y su lugarteniente angoleño negociaron con el virrey la libertad de los suyos y la fundación del primer pueblo libre de América por ahí de 1630, San Lorenzo de los Negros.

Atrás queda la región montañosa. El olor dulce y pegajoso que se desprende de los cañaverales y su quema anuncia que nos adentramos en la de las Llanuras de Sotavento, bautizada así por marineros que reconocían la benevolencia de sus vientos. La región llanera abarca toda la costa desde el puerto de Veracruz hasta la sierra de Los Tuxtlas y se extiende tierra adentro hasta el sur de Tuxtepec, Oaxaca, siguiendo siempre la cuenca del caudaloso río Papaloapan.

En ella se percibe claramente en la fisonomía de sus gentes, en su cultura y en el habla, la tercera raíz de nuestro mestizaje, la razón de que Veracruz sea así de singular en el contexto mexicano preponderantemente indohispánico: su ser Jarocho.

Jarocho, explica Antonio García de León, es el nombre morisco que se dio específicamente a la mezcla de negro e india, pero que terminó por usarse para generalizar a los pobladores de la región sotaventina, « ... crisol de pobladores peninsulares, comunidades o repúblicas de indios nahuas y popolucas y mocambos de negros cimarrones, o de negros esclavos y libres » donde se amestizaban, entre el trapiche y la zafra, la sangre de estas tres etnias y la cultura española - ella tan sevillana.

Antes de llegar a la ciudad de Veracruz, nos desvíamos hacia Paso del Toro - un alivio dejar la carísima autopista de peaje - para de ahí continuar nuestro camino hacia el puerto de Alvarado siguiendo la costa del Golfo.

Este pintoresco puerto, rodeado de enormes dunas y enclavado a la mitad de una larga y angosta franja de tierra que separa el mar de la laguna costera, justo donde el Papaloapan desemboca formando una bahía - entre cuyos vestigios indígenas se encuentra un muro construido a manera de dique, alrededor de la laguna, hecho con valvas de ostión y arcilla - fue durante toda la época colonial víctima constante de los ataques de piratas por su tráfico - mercadeo y contrabandeo - no sólo de vino y mercaderías, sino sobre todo de ébanos, como se les llamaba a los esclavos negros tan necesarios para el obraje de los ingenios y otras industrias que desde el siglo XVI se emplazaron en las llanuras. Lo que pasó con su población a lo largo de la Colonia, ejemplifica muy bien el origen de los jarochos.

Los conteos realizados por el Obispo Mota y Escobar, cuando en 1609 recorrió su obispado, dan cuenta de que son alrededor de una treintena de españoles los que pueblan Alvarado, pocos ya los indios que mal resisten el excesivo trabajo y peor aún las enfermedades arribadas de Europa; y muchos, muchos los negros. También dan cuenta de una población de pescadores griegos casados con negras asentada en la desembocadura del río Jamapa. Para mediados del XVIII, el conteo arroja que la población del puerto la siguen conformando un reducido número de españoles y una gran mayoría de zambos y mulatos: blancos, moriscos, prietos, pardos, lobos y alobados, que son las castas que sustituyeron a las antiguas con nombres tan simpáticos como ahí te estás y tente en el aire. En fin, Jarochos. Porque en Veracruz, a diferencia de en otras regiones de México, los africanos no se aislaron sino que por las vías del amor se perpetuaron e impactaron con sus aportes la cultura de la zona.

Era ya de noche cuando llegamos a Alvarado así que no nos detuvimos a comer pescados y mariscos entre los barcos pesqueros anclados a la ribera para poder llegar todavía a tiempo, río arriba, a Tlacotalpan.

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7.2.05  :: 23:11

Tlacotalpan I


El Milagro de la Virgen de la Candelaria, Ignacio Canela

« Llegando a este asunto pienso / y digo con entereza, / para saludar se reza / y con mi oración comienzo, / con viento y olor a incienso, / como curación de susto, / soy de albahaca y soy arbusto, / y quiero el aire limpiar, / pa' poderlos saludar / y que se sientan a gusto.

Soy de mar y de montaña, / soy de café y de maíz, / tengo abierta la raíz, / soy de amaranto y de caña, / soy de México y de España, / soy nieto de indios y moros, / soy el jaguar, soy los toros, / caribe y mediterráneo, / y amo el verde momentáneo / de una parvada de loros.

Traigo culturas diversas / corriéndome por las venas, / traigo a los griegos de Atenas, / a los mayas y a los persas, / de mil dioses traigo fuerzas / para sentirme seguro, / traigo el brillo de lo oscuro / y lo negro de la luz, / traigo al que murió en la cruz / y al rayo como conjuro.

A este lugar he traído / mi verso de sierra y mar, / para poderles contar / del suelo donde he nacido, / pero también he venido / a esta tierra extraordinaria, / para dejar mi plegaria / y cumplir mi tradición, / y a pedir la bendición / de la Virgen Candelaria.

Soy agua que se derrama / entre la cumbre y el mar, / soy la brisa en el palmar / y soy tormenta que brama, / río de arena Guadarrama / y del olivo Olivera, / amatillo, bejuquera, / que crece y se va enredando, / por nombre llevo Fernando / y soy igual que cualquiera. »

Así abrió su participación Fernando Guadarrama Olivera, en el XXVI Encuentro Nacional de Jaraneros y Decimistas celebrado en Tlacotalpan del 31 de enero al 2 de febrero pasado.

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6.2.05  :: 14:38

¿qué sigue?

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4.2.05  :: 19:22

Que no te aflija traer ojeras - me dijeron -, menos cuando dan cuenta de los minutos robados para la devoción al tiempo. Miro a mi cómplice al otro lado del espejo. Un par de fatigosas pinceladas ahí donde los ojos se hunden la delatan: culpable del reclamo de los sueños. Ya les contaré de Tlacotalpan.

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