Pensaba hacer una lista de las cosas que me gustaría que sucedieran hoy; pero el día es casi perfecto: el mundo gira, las cosas marchan, el tiempo corre... y yo estoy parada. Parada sobre mis pies, y no sobre mis manos. Parada sobre mi eje y no recargada. En equilibrio. Nada ni nadie falta; y sin embargo, mucho es deseable. Después de tanto camino, me hallo bien y contenta. El día es mío y es mi cumpleaños.
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Anoche, a eso de las nueve treinta, cayó sobre esta zona de la ciudad tremenda tromba. Cincuenta centímetros de alto alcanzaron los cúmulos de granizo en las calles del barrio colindante, San Miguel Chapultepec. Unos minutos antes de reventar, detrás del cielo negrísimo podía verse un resplandor rojo. La tromba rompió árboles, tiró bardas, atascó las alcantarillas, inundó los pasos a desnivel hasta alcanzar un nivel de metro y medio; rompió dos paneles de la librería Castellanos y dañó libros. Las calles y los autos de tan cubiertos de blanco, parecían como en medio de una nevada. Un río de agua de la calle entró arrastrando el hielo al interior de mi edificio. El sonido era estrepitoso. Aún después de la media noche, pude ver desde mi ventana muchos autos que permanecían varados sobre Circuito Interior, unos anegados, otros con los parabrisas rotos. Luces y aullido de sirenas toda la noche. Nosotros, los vecinos, permanecimos sin suministro eléctrico hasta bien entrada la madrugada.
 Foto:Ariel Álvarez
Mientras tanto, en Oaxaca, indígenas mazatecos mueren al desgajarse un cerro sobre sus viviendas construidas con adobe y lámina; y en Chihuahua, caen en un sólo meteoro 80 litros de agua por metro cuadrado, cuando lo normal son 350 en un año.

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