Infarto Urbano Salgo temprano de una junta de trabajo, contenta, con buenos resultados. El día es espléndido, la visibilidad infinita. Casi un milagro en esta ciudad donde rara vez se alcanza a ver el horizonte y éste, por lo general, se difumina en una franja gris rata que te recuerda la suerte de aire que respiras. Hoy no. Hoy el aire parece diáfano. Para llegar al sur hubo poco tráfico. Apenas si manejé treinta minutos y eso que paré en el camino para comprar un café americano, mi desayuno, que fui sorbiendo en el auto. Es la una y debo estar en el norte a las cinco. Llamo a un amigo y hago planes para alcanzarlo e ir a comer con él en algún lugar agradable a mitad de mi camino. Nos vemos a las dos, decimos. Tomo el auto y busco salir por la vía más rápida, el Periférico. Hay tráfico, así que me desvío para tomar la avenida paralela, Revolución. La cosa está peor. Será mejor circular entre las callecillas. Otros han tenido la misma idea. Aún así avanzo, aunque cada vez más lentamente. Recapacito. Algo muy grave está pasando. No son aún las dos, hora en que salen los empleados a comer y las madres a recoger los hijos a la escuela, y si esto no mejora, en minutos va a haber caos. Por ir pensando en ello, pierdo mi única oportunidad de virar hacia el Este y no tengo otra opción que regresar a la ahora sí, muy congestionada avenida Revolución. He caído en una trampa. Llamo a mi amigo - ¡benditos celulares! - y cancelo la comida. Puedo aún pasar a casa y prepararme algo. Los tres cafés de la mañana - dos más cortesía de la cita de trabajo - me hacen circo en el estómago vacío. Avanzo a razón de una calle cada diez minutos. Ahora una cada quince. Ninguno apagamos motores porque avanzamos continuamente, aunque sólo sean diez centímetros. Si alguno se descuida o se duerme, otro se le mete delante. Eso sí, todo pasa en silencio. Un silencio grave. No se oye un solo claxon. Nadie reclama, nadie apremia. Ni siquiera se escucha música estruendosa desde los autos. El día antes tan soleado y claro, es ahora sólo harto caluroso. Huele a motor y a asfalto calientes. Hace ya rato que dieron las dos. La gente sigue subiéndose a los microbuses entrampados. Llevo media hora practicamente detenida enfrente de una tienda de refacciones para licuadoras, entre dos camionetas y detrás de un trailer de doble remolque. Sería mejor no haber traído auto, pienso. Tampoco zapatos de tacón alto. Busco noticias en la radio. Cuarenta, cincuenta estaciones y nadie, nadie informa de lo que aquí está pasando. Minuto a minuto dan las tres de la tarde. No tengo siquiera forma de estacionarme y abandonar el auto. Tengo que llamar a otro amigo para que me diga en qué frecuencia encuentro la estación de radio que continuamente da reportes viales. Sudo como si estuviera en el sauna. Sudo de todas partes. Dormito y se me meten delante. Tampoco reclamo o hago sonar el claxon. Finalmente alcanzo a escuchar algo por radio: en lugar de hacer trabajo nocturno, dados los tiempos electorales, el jefe de gobierno de la ciudad ha autorizado cerrar Periférico en pleno día para concluir las obras viales. ¿De eso se trata? El hombre que vende entre los autos bolis (nieve en bolsitas de plástico) me indica que un poco más adelante de donde estoy yo, los empleados de INEGI que fueron recortados tienen bloqueada la avenida desde hoy en protesta y hasta que los reincorporen en sus trabajos. Recuerdo: son tiempos electorales. En la última hora y media he avanzado sólo cuatro calles. Cuatro. Son las cuatro de la tarde. Detesto el aire acondicionado, pero lo enciendo para refrescarme. Apenas quince minutos después veo que la aguja que indica la temperatura del auto señala que ésta es crítica. Maldito aire. Ahora sí que debo estacionarme, pero dónde. Llego a la esquina donde todos, traileres, autos y microbuses, cuando podamos, debemos dar vuelta. Pero esto está convertido en un estacionamiento gigante. En la esquina, los autos provenientes de todas las posibles direcciones se han mezclado sin sentido y cualquier movimiento más que mínimo, es milimétrico. En un momento providencial se abre un hueco - otro se ha distraído - y logro entrar al estacionamiento de un local de comida rápida. Pollo. Detesto el pollo preparado al estilo del 'coronel' Sanders, pero el auto necesita enfriarse y yo necesito comer algo y pasar a los servicios. Pido ensalada, bisquets con mermelada y una soda enorme. Como despacio. Siento que no puedo hacer nada. Pienso que en esas tres y media horas perdidas pude haber llegado hasta Orizaba. El tráfico sigue igual. No queda ya un solo lugar vacío en el estacionamiento, pero el local no está tan lleno. ¿Dónde han ido? Enfrente hay una estación de metro. Mi casa queda a sólo cuatro estaciones. Cancelo la cita de la tarde, no llego. Decido dejar ahí el auto. Tomo el metro casi vacío como otros tantos viajantes somnolientos y en minutos estoy en la contra esquina de mi casa. Por aquí la misma avenida está vacía, como si aún fueran días de vacaciones. Entro. Me quito los tacones. Me lavo la cara. Me recuesto, pero no hay que ser irresponsable, si encuentran que el auto no pertenece a ningún comensal, corro el riesgo de que pidan que se lo lleve una grúa, aunque, ¿qué grúa podría llegar en ese caos? Una hora después regreso, aún hay tráfico pesado pero las patrullas ya levantaron el bloqueo. Total, ya perdí buena parte del día como la pierde día a día la gran mayoría de los que vivimos en esta urbe, transportándonos, respirando humo de motores, inmovilizados en el tráfico, cabeceando en cualquier transporte, en silencio. Siempre me he dado maña para evitar caer en congestionamientos, pero alguna vez me tenía que tocar. Con esta van dos seguidas, ayer y hoy. Mañana tengo la fortuna de no tener que salir de casa para ir a perseguir el bolillo. 

Mientras que no quede nada más... algo debe de quedar, algo que aún no haya sido dicho, una canción que no haya sido cantada, un verso que no haya sido escrito. una melodía jamás oída, una palabra poco usada, un sentimiento distinto. un pedazo de cielo que nadie haya observado, alguna rana que nadie haya catalogado, un arroyo que no esté contaminado, una tierra fértil arada para la siembra. una gota de lluvia que jamás haya sido llovida. un sueño que no haya sido interrumpido. una promesa que jamás nadie haya cumplido. un ángel cuyo nombre no se sepa. un último misterio. un pedazo de pay en la panera. algo debe de quedar. acaso, ¿otra oportunidad? quizás sólo unos minutos, quizás una última moneda. Y una llamada más, un suspiro más, una lágrima más... una piel más, el destino. un último rayo de sol en el ocaso, un último trago en el vaso, otro inicio.

Facts of Life las cosas que ocurren en un mismo planeta (una canción de Lazy-B).

Entre un momento presente y otro que se hace presente, navego a mis anchas en la poesía de la nicaragüense Gioconda Belli. ¿Qué mujer puede llamarse así? Supongo que una que no quisiera parecer frágil. Ni invisible, ni muda, ni tenue. Mejor amenazante, desesperada. Flor rara en un paraíso recobrado donda toda felicidad era posible, te añoro con furia de cacto y te escondo y te cuido en la oscuridad. Sordo, ciego destructor de tu íntima y reprimida ternura, de cuyo conocimiento ya no podrás escapar ... el mundo se secó y no volverá jamás a llover. Ni pasiva, ni inocente. Mejor vibrante, voluptuosa, inagotable. Recorrer un cuerpo en su extensión de vela, es dar la vuelta al mundo. El cuerpo es carta astral en lenguaje cifrado ... No te niegues el olor la sal el azúcar, acuna tu ángel caído, emerge con la rama de olivo, llora socavando ternuras ocultas. Aspira, suspira, muérete un poco ... duérmete naúfrago. Más de ella, en sololiteratura. GIOCONDA BELLI
Esto es Amor Truenos y Arcoiris (1979-1982) «La mente se resiste a olvidar las cosas hermosas, se aferra a ellas y olvida todo lo doloroso, mágicamente anonadada por la belleza. No recuerdo discursos contra mis débiles brazos, guardando la exacta dimensión de tu cintura; recuerdo la suave, exacta, lúcida transparencia de tus manos, tus palabras en un papel que encuentro por allí, la sensación de dulzura en las mañanas. Lo prosaico se vuelve bello cuando el amor lo toca con sus alas de Fénix, ceniza de mi cigarro que es el humo después de hacer el amor, o el humo compartido, quitado suavemente de la boca sin decir nada, íntimamente conociendo que lo del uno es del otro cuando dos se pertenecen. No te entiendo y quisiera odiarte y quisiera no sentir como ahora el calor de las lágrimas en mis ojos por tanto rato ganado al vacío, al hastío de los días intrascendentes, vueltos inmortales en el eco de tu risa y te amo monstruo apocalíptico de la biblia de mis días y te lloro con ganas de odiar todo lo que alguna vez me hizo sentir flor rara en un paraíso recobrado donde toda felicidad era posible y me dueles en el cuerpo sensible y seco de caricias, abandonado ya meses al sonido de besos y palabras susurradas o risas a la hora del baño. Te añoro con furia de cacto en el desierto y se que no vendrás que nunca vendrás y que si venís seré débil como no debería y me resisto a crecerme en roca, en Tarpeya, en espartana mujer arrojando su amor lisiado para que no viva y te escondo y te cuido en la oscuridad y entre las letras negras de mis escritos volcados como río de lava entre débiles rayas azules de cuaderno que me recuerdan que la línea es recta pero que el mundo es curvo como la pendiente de mis caderas. Te amo y te lo grito estés donde estés, sordo como estás a la única palabra que puede sacarte del infierno que estás labrando como ciego destructor de tu íntima y reprimida ternura que yo conozco y de cuyo conocimiento ya nunca podrás escapar. Y sé que mi sed solo se sacia con tu agua y que nadie podrá darme de beber ni amor, ni sexo, ni rama florida sin que yo le odie por querer parecérsete y no quiero saber nada de otras voces aunque me duela querer ternura y conversación larga y entendida entre dos porque sólo vos tenés el cifrado secreto de la clave de mis palabras y sólo vos pareces tener el sol, la luna, el universo de mis alegrías y por eso quisiera odíarte como no lo logro, como sé que no lo haré porque me hechizaste con tu mochila de hierbas y nostalgias y chispa encendida y largos silencios y me tenés presa de tus manos mercuriales y yo me desato en Venus con tormentas de hojarasca y ramas largas y mojadas como el agua de las cañadas y el ozono de la tierra que siente venir la lluvia y sabe que ya no hay nubes, ni evaporización, ni ríos, que el mundo se secó y que no volverá jamás a llover, ni habrá ya nieve o frío o paraíso donde pájaro alguno pueda romper el silencio del llanto. »
 Pequeñas Lecciones de Erotismo De la costilla de Eva (1986) I
Recorrer un cuerpo en su extensión de vela Es dar la vuelta al mundo Atravesar sin brújula la rosa de los vientos Islas golfos penínsulas diques de aguas embravecidas No es tarea fácil - si placentera - No creas hacerlo en un día o noche de sábanas explayadas Hay secretos en los poros para llenar muchas lunas
II
El cuerpo es carta astral en lenguaje cifrado Encuentras un astro y quizá deberás empezar Corregir el rumbo cuando nubehuracán o aullido profundo Te pongan estremecimientos Cuenco de la mano que no sospechaste
III
Repasa muchas veces una extensión Encuentra el lago de los nenúfares Acaricia con tu ancla el centro del lirio Sumérgete ahógate distiéndete No te niegues el olor la sal el azúcar Los vientos profundos cúmulos nimbus de los pulmones Niebla en el cerebro Temblor de las piernas Maremoto adormecido de los besos
IV
Instálate en el humus sin miedo al desgaste sin prisa No quieras alcanzar la cima Retrasa la puerta del paraíso Acuna tu ángel caído revuelvele la espesa cabellera con la Espada de fuego usurpada Muerde la manzana
V
Huele Duele Intercambia miradas saliva impregnate Da vueltas imprime sollozos piel que se escurre Pie hallazgo al final de la pierna Persíguelo busca secreto del paso forma del talón Arco del andar bahías formando arqueado caminar Gústalos
VI
Escucha caracola del oído Como gime la humedad Lóbulo que se acerca al labio sonido de la respiración Poros que se alzan formando diminutas montañas Sensación estremecida de piel insurrecta al tacto Suave puente nuca desciende al mar pecho Marea del corazón susúrrale Encuentra la gruta del agua
VII
Traspasa la tierra del fuego la buena esperanza navega loco en la juntura de los océanos Cruza las algas ármate de corales ulula gime Emerge con la rama de olivo llora socavando ternuras ocultas Desnuda miradas de asombro Despeña el sextante desde lo alto de la pestaña Arquea las cejas abre ventanas de la nariz
VIII
Aspira suspira Muérete un poco Dulce lentamente muérete Agoniza contra la pupila extiende el goce Dobla el mástil hincha las velas Navega dobla hacia Venus estrella de la mañana - el mar como un vasto cristal azogado - duérmete naúfrago. |

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