Asakhira
Explorando territorios Patricia @révalo
Vamos siendo nuestra propia isla,
arriesgando leyendas
sobre los límites del mundo ...
                           Teresa Melo, Cuba


28.4.05  :: 12:14

Cinco son los elementos asociados a las concepciones energéticas del milenario TAO: agua, madera, fuego, tierra y metal.

La madera brota, crece hacia arriba y se expande.
   Representa lo expansivo, lo naciente.

El fuego flamea y se eleva.
   Representa lo impetuoso, lo ascendente.

La tierra es para la siembra y la recolección.
   Representa lo firme, lo que contiene.

El metal se funde y se transforma.
   Representa lo que se corrige, lo que se retrae, lo menguante.

El agua cae, se filtra hacia abajo.
   Representa lo aquietante, lo descendente.

Como en una danza, cada una de estas concepciones energéticas, representa un momento del cambio.

Cinco son también los demonios interiores o estados emocionales: pena, alegría, calma, miedo y cólera.

   La cólera, corresponde al elemento madera, lo que azuza.
   La alegría al elemento fuego, lo que anima, lo que impulsa.
   La calma al elemento tierra, lo que modera.
   La tristeza al elemento metal, lo que cohíbe.
   El miedo al elemento agua, lo que reduce.


Ahora bien, lo natural de la energía es fluir, transformarse.

En la naturaleza el cambio es continuo.
Todo en la naturaleza está en un proceso continuo, cíclico, de nacimiento-crecimiento, desarrollo-florecimiento, concentración, retracción y muerte.
He ahí al sol que nace por el Oriente, calienta la mañana, al mediodía está en su apogeo, por la tarde refresca y al atardecer se muere.

Así son los ciclos en la naturaleza.
Asímismo pasa con la energía.
La fuerza vital en continuo movimiento que igual que crea montañas, la descubrimos en un beso.


Cuando la energía fluye entre los distintos estados del cambio de forma natural, hay salud y prosperidad. Un estado genera al otro en lo que es conocido como el ciclo creativo, y de éste todas las cosas nacen.


Ciclo Sheng
El agua hace crecer a la madera, la madera alimenta al fuego, el fuego nutre de cenizas a la tierra, la tierra gesta los metales y el metal puede volverse fluido como lo es el agua.

Leído de otro modo, la mutación de las emociones es creativa cuando:

El miedo da pie al coraje, el coraje conduce a la alegría, la alegría descansa en la calma, en la calma germina la tristeza, y la tristeza alienta al miedo y el miedo da pie al coraje...

Y aún de otro modo:

La voluntad conduce a sentir. Completada la acción, la percepción conduce al cuerpo. En el cuerpo crece el pensamiento, del pensamiento nace el sentimiento y del sentimiento emana la voluntad.


Existe una segunda forma armónica en la que los elementos se relacionan, ésta es dentro del ciclo de destrucción, llamado así porque uno a otro estado se refrenan.


Ciclo Ke
La madera es cortada por el metal, el metal es fundido por el fuego, el fuego es apagado por el agua, el agua es absorbida por la tierra y la tierra es penetrada por la madera.

Dicho de otro modo:

El coraje es apagado por la tristeza, la tristeza es mitigada por la alegría, la alegría es reducida por el miedo, el miedo es aminorado por la calma y la calma es quebrantada por el coraje.

O bien:

Pensar puede frenar la voluntad, lo sensual puede aprisionar el pensamiento, los sentimientos pueden volverse una fijación sensual, el cuerpo puede suprimir los sentimientos y la voluntad dominar al cuerpo.


Sheng y Ke. Vida y Muerte. Creación y Destrucción.
Dos dinámicas energéticas contrarias y complementarias.
La inspiración nace de la oscuridad, una y otra vez.

Sin control, puede detenerse el flujo por un desbalance.
Sin avance, con las emociones sofocadas, sólo hay depresión.

« Lo Creativo obra el dominio.
      Lo Receptivo obra la conservación
»,  Shuo Kua.

Así, todo elemento creativo se complementa con su elemento amenazante, en un delicado equilibrio donde el segundo modera al primero pero sin sofocarle.

El exceso de arrebato (madera) es violencia.
      Para cortarlo es bueno un poco de reflexión (metal).
El exceso de impulso (fuego) es temeridad.
      Para templarlo es bueno un poco de miedo (agua).
El exceso de calma (tierra) propicia la pusilanimidad.
      Para inquietarla es buena una poca de ira (madera).
El exceso de miedo (metal) aterra y causa aprensión.
      Para relajarlo es bueno un poco de ánimo (fuego).
El exceso de tristeza conduce a la melancolía.
      Para mitigarla es buena una poca de templanza (tierra).


Para el taoísmo es fundamental conocer las emociones y sus ciclos, su naturaleza y su alquimia, porque cuando éstas son negativas, la energía que la vida necesita para desarrollarse en todos sus aspectos, comenzando por el físico, se bloquea. Y al que busca el Tao, le interesa tener toda su energía disponible fluyendo libremente a través de su cuerpo y en derredor, para acometer tal empresa.

Para ello, el taoísmo ha tomado y contribuido históricamente a la cultura popular china. Su principal obra, el Tao-Te-King de Lao Tsé (x.IV ac), presenta la cosmogonía y cosmología que es, no sólo la base de su filosofía, sino también la base de la medicina tradicional china y su acupuntura; de las prácticas energéticas del Chi-Kung; del arte adivinatorio del I-Ching, del marcial Tai-Chi, y del de los objetos, el Feng-Shui; con un enfoque de total correspondencia entre el macro y el microcosmos, entre la mente y el cuerpo, entre lo interno y lo externo.

Es por eso, quizás, una visión no sólo vigente, sino incluso de moda, a pesar de sus más de dos mil años. Hoy día no es nada extraño escuchar lo muy práctico e ilustrativo que los psicólogos consideran el enfoque taoísta y su alquimia emocional.

Un huracán no dura toda la mañana.
Un aguacero no dura todo el día.
¿Quién hace estas cosas?
El cielo y la tierra.
Sí las cosas del cielo y la tierra
no pueden durar eternamente,
¿cómo las cosas del hombre?
(...)
El retorno es el movimiento del Tao.

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21.4.05  :: 03:47

De niña me intrigaba la naturaleza del fuego, ¿qué cosa era? Pasaba horas observándolo como hipnotizada. Intenté tocarlo, pero quemaba siempre. Deseé apresarlo, pero no hacía más que sofocarlo. Lo más que logré fue aprender a pasar mi dedo rápidamente por la flama de una vela.

Con el aire no tuve tantos problemas. De él me dijeron que era un océano en el que la Madre Tierra nos tiene sumergidos de cabeza, que los aviones son como los submarinos, y los pájaros como los peces y las alas igual que aletas. Pero para el fuego, no hubo analogía alguna ni lejanamente así de afortunada.

¿Qué es?, preguntaba, y mi madre respondía, es lo que se ve cuando algo se quema. Pero, ¿qué es lo que se ve?, inquiría, y así fue como muy niña me mandaron a la escuela.

Yo creía que el fuego era uno de los espíritus de este mundo, como los duendes o las hadas. Uno danzante, ardiente, luminoso y efímero, cuyo cuerpo eran las flamas; que crecían si se les alimentaba y que se les alimentaba con los colores y las texturas de las cosas que tras alimentarle quedaban chamuscadas. Así fue como, probándolo, mi casa de muñecas se convirtió en llamas.

También, según yo, existía el fuego líquido que, según mis deducciones, provenía de los tanques de gas y no era ni tan inquieto ni tan mágico como el fuego fuego. Fuego líquido como el hielo seco que para hacer niebla en algún festival llevaron a la escuela. ¡Ah, qué gran descubrimiento fue aquello del hielo seco! Pero el hielo seco sí era frío y el tanque de gas no estaba caliente. ¡Ah, cuántas veces toqué un tanque con la esperanza de encontrarlo ardiente!

¿Qué cosa es el fuego?, pregunté en la escuela y primero el fuego fue el fuego y luego un amasijo de conceptos que en ese entonces apenas aprendía: combustión, oxidación, efecto. Todo lo escuchaba, entendía a medias y nada comprendía. Así que insistí. Insistí durante años. Mi pregunta siempre la creí sencilla, una respuesta sencilla era la que yo esperaba.

Que no es "cosa", replicó crispado el profesor de química ya en la secundaria, tras explicarme el proceso de la combustión por tercera vez el mismo día. Pero, ¡si puedo verlo! Y si puedo verlo, debe ser "algo palpable" aunque no sea con mis manos. Mis compañeras de clases parecían más entendidas. El fuego es el fuego, me aclaraban entre bullas y risotadas, aburridas igual que yo de tanta necedad y de tanta perorata. Fue así como, por reacia, inicié mi larga historia de citas después de clases con profesores casi siempre genuinamente exasperados.

Paradójicamente fue El Diablo, quien en una cita de ésas me iluminó. Por alguno de esos extravíos académicos entre planes de estudio en la universidad, reprobé una materia que aún no debía cursar; por lo que El Diablo - como apodaban al que era jefe de mi profesor -, decidió explicarme de una manera más poética de qué ondas hablaba la para mí incomprensible teoría electromagnética de Maxwell. Así que una espléndida mañana en su jardín, me preguntó si realmente yo creía que el cielo era azul y el sol dorado. Entonces sí que se me reveló, primero, por qué son los atardeceres irrepetibles y tan bellos, y finalmente, qué era la visión del fuego.

Aprendí que todo es "efecto". Que nada es en sí ni sólido ni verde. Que la piel no limita al cuerpo lisamente, sino que es todo un paisaje con su atmósfera. Que no hay un solo centímetro cúbico que esté vacío. Que no escuchar no significa que no haya ruido. Que no ver no significa que no hay luz. Que este universo no es más que una organización, como pudo haber sido otra, de un sinfín de partículas, como cuando en un desfile un conjunto de niños forma un círculo o una cruz. Todo es efecto, polvo y energía organizados de una manera cualquiera pero maravillosa, nada más.

Pero antes de aprender teorías - química, física y electromagnética, que se prueban cada vez que a mi abuela le sacan un estudio en medicina nuclear -, mi visión era la de una niña. Me recuerdo intentando verle al sol las largas flamas con las que se le pinta.

El fuego era esa forma de querer aprehenderlo todo. Un espíritu siempre hambriento. Un acróbata caprichoso que no hace otra cosa que expandirse. Una cortina que hace ver el otro lado vibrante.

Cuando la vida empieza, empieza así, ciega, ansiosa, desnuda, expansiva. Lo reclama todo. Lo quiere todo, agarrarlo todo y metérselo por la boca o la nariz. No tiene vergüenza de preguntar, no sabe qué es convenir. Es impulso puro que, por suerte y a pesar del humo, sigue latente ahí, quemándonos invisible, haciéndonos su combustible, consumiéndonos y transformándonos. Quemarse es vivir.

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12.4.05  :: 21:49

Todo sucedió del modo que no esperábamos. Entenderlo o desentendernos de ello, ésas son nuestras opciones. Y aunque nada nos indica que entender sea posible y menos aún, útil, desentendernos tampoco es cosa fácil.

Lejos quedamos de nuestras expectativas. Lejos la montaña, lejos la isla, el mar y las raíces y lejos el delirio de ramas que un mismo viento mueve. Veníamos buscándoles desde hacia tanto que cuando al fin les hallamos, no hemos sabido hacer con ellos nada mejor que volver a perderles.

Ciertamente, así no era como nos los esperábamos. Es más, casi tengo la certeza de que, ni así ni de otro modo los esperábamos realmente. Tanto nos habíamos acostumbrado a buscar sin hallar nada, a alimentar las falsas esperanzas y la fe vana, que la ventura de hallarles y de hallarnos ahí, nos pilló de sorpresa totalmente.

Tan desprevenidos estábamos que hemos sido torpes, torpísimos, con nuestro hallazgo. Desconcertados, quisimos ser prudentes - no estrujarlo -, sobre todo, coherentes - ¡Coherentes cuando era la locura y no la razón la que nos había mostrado el Paraíso! En resumidas cuentas, no hicimos nada porque no nos atrevimos a plantar nuestros pies sobre nuestro cielo temerosos de estropearlo.

Angustiados por no saber qué nuevas pautas seguir, hemos dado la vuelta. Hemos regresado al camino porque no tenemos otras maneras y estamos de nuevo en la búsqueda, ahí en donde sí somos expertos; acostumbrados a ser forasteros, habituados a los aullidos de la soledad y de la melancolía.

Sólo que ya no somos los mismos. Desentendernos de ello, es mentirnos. Sabemos que hallamos algo. También que no acertamos a vivirlo. Al menos no a la primera. Quizás porque no nos lo esperábamos. Quizás porque así no nos lo esperábamos. Quizás porque no esperábamos tener que renunciar a nuestras pocas certezas (y eso que nos suponemos flexibles): renunciar a nuestra habitual vagancia para ser otros en un distinto paraje de la vida.


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8.4.05  :: 15:22

Podría morir de celos si el eclipse de las cinco fuera a ser de cuerpo entero.

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:: 11:21

Hablando de bastones y serpientes, una de esas noches en que ni llueve ni deja de llover, Alexis se encaminaba hacia la parada del microbus.

Todo era negro. Negro estaba el cielo, negros los nubarrones, negro es Alexis, negro su pelo, negra su larga gabardina, negros los zapatos y los pantalones, y negro el paraguas que llevaba con él. Tan de negro vestido y tan alto, se me figura Alexis un neo Neo negro y afelpado - de pelo corto y rizado - que - ¡por suerte! - no usa lentes para sol cuando no hay sol, porque si algo es luz, son sus enormes ojos. Negros también.

Caminaba, pues, Alexis, de prisa aunque sin correr, pero no por temor a la lluvia ni a perder el microbus.

Él es músico y su vida es de farándula y de rumba, y noche a noche deambula entre uno y otro centro nocturno. Eso ya lo hacía aún desde antes de llegar a esta nuestra ciudad, la capital de los Imecas. Pero en cuanto llegó aquí, hará cosa de cinco años, naturales y postizos de estos rumbos se encargaron largamente de advertirle cuánto peligro e inseguridad podría encontrar en su recorrido nocturno. Tal fue la insistencia, que perdió Alexis la naturalidad con la que solía caminar por las calles y noches de La Habana - hasta entonces y por oposición, supo que se llamaba "confianza" - y aprendió a observar las sombras, a adivinar las intenciones y a pasar rapidito por lo oscuro (creo que en el fondo, estas advertencias son el pretexto ideal para que los chilangos alardeemos de lo valientes que somos al habitar nuestra urbe).

Caminaba Alexis, pues, de prisa una de esas noches en que parece llover - una cuadra adelante tomaría el microbus -, cuando de pronto vio venir de frente a dos jóvenes que, al momento de cruzarse con él, le negaron la mirada. Mala señal negarse al escrutinio del alma. Apenas un segundo después, el tercer ojo que todos traemos en la espalda, le hizo sentir a Alexis que los muchachos se habían girado y venían en pos suya. El pulso se le aceleró y lo inundó la adrenalina. Se abrió la gabardina y recordando sus clases de esgrima, giró y se les enfrentó empuñando en su contra la sombrilla, cual si de un florete se tratara.

Los chicos que, en efecto, estaban justo detrás de él, levantaron ambos las manos inmediatamente. Uno de ellos balbuceó algo y mientras mantenía una mano arriba, con la otra se sacó la cartera que aventó a los pies del caballero de la espada negra.

Poco a poco, la realidad se fue develando. Alexis se vio a sí mismo, pero tanta adrenalina no le permitió bajar la guardia sino muy lentamente. Los dos chicos también eran extranjeros. Un par de adolescentes españoles que todo lo que deseaban era preguntarle dónde quedaba la parada, que si bien sabían que era peligroso caminar por la ciudad de noche, no entendían lo provocador que es colocársele por detrás a alguien. El que la había soltado, recuperó su cartera; y caminaron juntos los tres hasta la parada. Ahí esperaron sin cruzar palabra. Cuando arribó, subieron al microbus, pero tanta adrenalina seguía llenando sus miradas de recelo y desconfianza.

Finalmente Alexis bajó donde debía. Respiró profundamente en cuanto se sintió de nuevo solo. Se rió hasta llorar de tanto mito, se carcajeó de su florín-paraguas y luego caminó por las calles de la Roma como si caminara por las calles de su ahora tan lejano Manzanillo, allá cerca de Santiago de Cuba.

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